Martín Zuñiga Chávez
Cover
Buenosaires poetry

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789874197443

Martín Zúñiga Chávez (Cusco, 1983). Es poeta, editor, gestor cultural y catedrático. No siga ese pájaro (Paracaídas editores, Perú, 2017) es su más reciente libro. Es también autor de Gavia (Ediciones Fecit, España, 2009), Pequeño estudio sobre la muerte (Ediciones Cope, Perú, 2010), Cover (Editorial Difacil, España, 2011), entre otros títulos. Su obra ha recibido importantes premios en España, México y Perú. Es maestrista en Literatura con mención en Análisis del Discurso por la Universidad Nacional de San Agustín. Coorganiza el Festival Internacional de Poesía de Arequipa, gestiona espacios literarios (talleres, encuentro con autores, clubs de lectura, etc.) en el sur de Perú y desde hace varios años gestiona el proyecto Urbanotopia. A continuación se presentan algunos poemas del libro Cover que será reeditado por Buenos Aires Poetry en Abril de 2019. Canción de Edipo en Tesalia Lo sé. El amor es al fin y al cabo una rémora sonriente un acto de constricción nada planificado vagando zombi por los riachuelos que alumbran la ciudad, buscando la felicidad en tu etnia de espanto y fuerza. Te miraba como sólo los locos pueden. Me aferraba a mi fantasma hediondo para que te salvaras de mí. Te salvé de mí. Pero el amor era un batracio metido en mi oreja, un constante croar de saltimbanquis empecinados en traerte una y otra vez. Hasta que te quedaste para siempre sin estar. Es incomprensible mi manera de mirarte como un sacerdote mira el cáliz, convencerme de cuánto hiere cada filamento que sale de ti y que me abrigaba, que todavía me abriga. Lo sé, mis dedos sangran por el trabajo, por las madrugadas dedicas a que me quieras. Te salve de mí a costa tuya, destruí los remansos de tu niñez, y tú, inocente como sola tú, me regalaste una y otra vez la vida. Lo sé, el amor es una rémora sonriente pero una rémora, al fin y al cabo, necesaria. Mi necesidad tiene nuestros apellidos. Mi felicidad tiene tus ganas. Abrazarte sería en el mejor de los casos una ofensa, pero también una carta de ciudadanía, un lugar propio entre los riachuelos por donde fecunda la ciudad. Guerra fría la de los amantes que matan su felicidad a costa de construirse una vida. Olvidados de la vida, digo tanto para decirte mi necesidad tiene tu nombre. Digo tanto para convencerte tan poco. Planifico cada palabra que sale de mí hacia ti. Me dices que solo tienes un hijo, no dos y me siento huérfano. Podrías dejar de hablar un poco y mirarme, olerme como la primera vez. Ya se han acabado entre nosotros las primeras veces, todo es un tiempo de descuento un tal vez mañana si pueda si esta vez si eso si quisiéramos si eso existe. No me moriré todavía, me digo, alzaré nuevamente mi mirada hasta tu mirada limpia. A eso me dedico, a tratar de que lo dicho sea verdad, a que mis sueños de adolescente trabajar poco ganar mucho, hacer lo que más me gusta lo que me gusta más después de ti sea provechoso para los tres. Cobarde como soy, te he ido perdiendo, decía una canción de amor. No ser esto que soy y que te ha ido perdiendo. Ganada mi niñez, no la necesitabas. Ahora mi necesidad tiene el nombre de tu necesidad. El amor también, lo sé, tiende a ser eso. Por lo que presento mis armas ante ti y dejo mi presente para vivir en nuestro mejor pasado, para mirar nuestro único futuro. Hemos tenido días malos, nos disgustaban las mismas flores los girasoles eran fracturas en nuestras manos. Pero hemos estudiado botánica, ahora sabemos un poco más de las flores. Te salve de mí a condición de perderte. Nada bueno pude sacar de mi pecho. Decir tanto para convencerte tan poco, pero convencerte al menos. Niño como soy no soy ni la mitad de la niña que eres. ¿A dónde llevaré mis huesos el día que los días se me acaben. Palillos de dientes mis huesos te buscarán, de seguro. Acógelos al menos como amiga. Abrázalos y huélelos como la primera vez, ya no como un traje que usé, sino como un traje que me uso. Desde la primera vez, ahora que no nos quedan ya más primeras veces, te pertenecieron y se asustaban si querías saltar del puente; cobardes como son no sabían si te seguirían en el salto. Acógelos, no porque sean tuyos, tantas cosas tienes que no les abres la puerta de tu casa, que los dejas esperando en la vereda, sino porque son feos, débiles, roncos y te miran como sólo un loco puede. No te harán escenas de celos, se acurrucaran en una esquina tratarán de incomodarte lo menos posible. Como yo, se sentirán contentos de que los mires de vez en cuando hermosa y fuerte como eres. No voy a negar lo feo que soy contigo, lo feo que son mis huesos, la cantidad de horas acumuladas en el trabajo de tender vías de ferrocarril que me alejaran de casa, pero te lo debo todo, el 80% de esas horas y la inflación de mis agallas. Esta canción también era una deuda, que así y ahora queda mal saldada, decía otra canción de amor. – Las vocales como remaches del misterio. Son nuestros los asesinos. Los dueños d los carnés y d los remos. Son nuestras las tierras bajo los reinos. Las imperceptibles venganzas. El demasiado tarde y el demasiado pronto. El miedo la furia el delirio. Nuestra guerra es nuestra, al fin y al cabo. El narcotráfico, las vírgenes muertas en el desierto. Las tablas de multiplicar. Las apuestas, el hipódromo. Las canciones del carro basurero. Los aeropuertos clandestinos. Abrimos las manos y el mundo se castra. Hablamos y el misterio mete en una maleta su casa. El poeta conquista con las manos. Salones de belleza abren sus puertas y una vaca abarrota los puestos del mercado. Vaca dulce son(~)ando en los junquillos de la memoria, amando lo que (se) fue con la alegría de saber que ya a nadie le pertenece. Con la edad d construir una fosa deste lado del misterio. Decirlo todo, jugándonos hasta la última ficha sin dejar nada para la propina. Debía ganar. No quedaba otra cosa por hacer. Tenía empeñada la casa d su madre, el dinero para la luz para el agua, la cuenta en el mercado y el teléfono. Debía ganarlo. En algún lugar ya está dicho: la ruleta es un logaritmo, un cálculo vectorial. Ya no me desconcierta escuchar la mudez d los lunares en mi mano. Hemos requemado nuestra piel bajo las escuelas d lo apolíneo. Son nuestras la belleza, el parpadeo con alegría. La fanática embriaguez. La incesante cadena d posibles combinaciones terminó y es mentira aquello sobre la última jornada. Las pantallas los televisores están clausurados, pero si te fijas bien siguen con luz y verdor cual si fuese esto una película tipo b. Qué agradable es pensar que su espalda ya no me sorprende. Al fondo del foso me topo con un niño que orina sobre los heliotropos, marrón como chocolate e igual d delicioso. Puede ser un padre, un guerrero, un asesino, un hijo en fin, un astro irremediable. Esperar lo ha hecho cada vez más fuerte. Ya no tiene importancia su cuerpo. Me ve con cariño y cierta desconfianza. Me pregunta con asombro por qué tanto pudor sobre lo que sale del cuerpo: la mierda, la orina, el semen, la saliva, el sudor, la menstruación; ¿por qué ocultar y cerrar los ojos ante lo repudiado por el cuerpo d sí mismo? Ha llegado al punto d mirar con tanto odio que nadie intuye la compasión eneste tipo d miradas. Claro, tiene otros tipos de miradas. Colecciona miradas como otros coleccionan estampillas o música, cadáveres d insectos, máscaras… Lo veo tan fuerte y sólido que si una mosca golpeará al vuelo en su cuerpo, se rompería en mil pedazos. Son nuestras las ganas y ella se abraza al niño y se duermen bajo la vaca. Será todo un gran fracaso y no quedará ningún reino. Pero qué hermoso. – No se trata de ti, es otra cosa. Luego, después siempre dicen lo mismo. Cuando te conocí creí que el mundo se podría reducir a tus labios. Bah, una mentira muy pertinente, sí. Una mentira… y mientras te conocía comencé a comprender como el mundo —que podría ser una hoja en blanco— podría ser todo lo que tocabas —como Midas tocaba el prepucio de sus hermosos niños pelirrojos— y caber en el espacio vacío donde detenías tu mirada. Me erizas pero me quieres pura. Me depilo. Me perturbas. Si me maquillo. Si me espantas. Dicen tus razones son muy extrañas, no las entiendo para nada. Pero acaso uno se puede deshacer de las viejas costumbres, tirarlo todo como a una casa por la ventana, en medio de la llanura de la noche. Borrar de sí toda la voluntad de resistir. (?) Pero ahí estaban las ansías de los primeros días sin sentir siquiera las invasiones. Invasiones nacidas en la boca de la sangre. Descubrir, creer, conocer, palpar. Verbos transitivos quizá, pero sí transitorios. Por eso comencé a horadar con mis yemas territorios en tu piel. Comencé a perseguir tu mirada en la sucesión de los días. A recoger leña seca en tus bosques para combatir el frío de la memoria, del puro recuerdo. Comencé. Al principio no mentía tanto. Tu cuerpo en cambio no hacía ningún esfuerzo. Se tomaba de las barandas, tomaba ascensores. Sacaba punta a los lápices. Hacía falsas promesas. Olvidaba la hora de las citas por no salir de casa, por no acomodarse dentro de un traje. Le distraía el polvo que en las clavículas de los roperos nombraban ausencias. Comencé. Los viajes de trabajo eran cada vez más frecuentes. La primera vez estaba muy ebrio. Luego como una bola de nieve todos fuimos rodando y rodando. No es una excusa, lo sé. Las llamadas telefónicas eran frías y esporádicas. La ética ronda cual perro asustado mostrando los dientes, esperando el momento de regodearse en los charcos de sangre nacidos de una yugular anónima e implacable. Por ello no se puede excusar con palabras aquello no hecho de palabras. No es el miedo a la separación, sino a reconocer otra vez a mi piel como mía. En cambio tu mano seguía suspendida con el teléfono en el aire. Del otro lado todos se habían marchado. Las tormentas son fáciles y felices a pesar del me afeito me quieres me mendigo. Me hieres me curo. En la vida hay amores que nunca. Es preciso saber guardar la calma. Tu amiga te aconsejaba un retraso, un limbo. Te proponía ir a una tierra de trenzas y listones. —descripciones al azar que tomadas de varias historietas crean una ciudad en tu imaginación—. Por eso te regalaba más referencias topográficamente precisas que constituyen estéticamente uno de los numerosos signos que llevan al lector hacia el desenlace. Tu amiga que había abortado seis veces golpeando su cuerpo contra las cuatro esquinas de las mesas. Te mentía porque el arte. “Por favor por favor por favor puedes hacer el favor de callarte, por favor.” Es suficiente con la radio. Del otro lado ya todos partían. El teléfono era un oscuro estropajo frío y mudo brillando entre el decorado de la escena. “Me siento muy bien. No me pasa nada. Todo bien” Comencé. Que fácil hubiese sido todo, en cambio. Solo quedan fotos viejas que miro y repaso… esa pésima manía tuya de recordarlo todo. De no dejarte explotar. Entonces no prestábamos tanta atención a los detalles. A través de un detalle con horror he descubierto que el amor es siempre comenzar, y nunca detenerse. Ahora todo es diferente, pero. Ya no hay esa estación de trenes ni el bar que se ve en las tapas de las guías turísticas. Yo también soy adicto a las viejas fotografías. A esas que dejas olvidadas cuando te vas pero que en realidad las dejas para que le duela, para que no olvide. En su lugar crece un mercado de artesanías. Puras cáscaras. Nada de detalles. – Esto es un Cover. Esto es lo que suena cuando un dedo se posa en una herida. Trampas en la luz. Los manifiestos recientes dan por sentado que dos personas podían compartir sus posibles espacios. Naranja partida por la mitad sin detenerse en las minucias del placer cotidiano. En mis cortos cinco sentidos clavados en las tiendas de juguetes, ella crece para mis adentros. Entiendes si te digo te quiero? No entiendes tampoco si te digo que te odio. Que te deseo. Pintarrajea los quioscos saturados de periódicos atrasados con transeúntes sombras entre la nieve que deseamos nunca termine de licuar. Crece como un vómito tierno. Comparo la vida con éstas palabras. Trampas en las sombras Trampas de la luz para ser más exactos. En las cortes en cambio se sabía que los esposos no podrían. Que lo esencial está en la suplica; en el lugar, más, oscuro de la palabra. Entre las páginas de hermosos libros que nunca entiendo donde una cortina de centauros ebrios cae delante del sol. Ella, cuyo nombre desconozco. Tú me quieres de verdad……………Pues claro, claro que te quiero Yo también te quiero…………………..Pero, pensé Pero, no vayas tan de prisa………..Asentí. No me atosigues, yo tengo mi propio ritmo para hacer las cosas …………………………………………………….. ..Asentí. Podrás esperar……………………………. Asentí. Me lo prometes…………………………….Te lo prometo Éramos una gallina a la que le habían quemado el pico y un gato al que le habían arrancado las garras. El ritmo de una gallina no varía en lo más mínimo. Un gato, en cambio.

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Martín Zúñiga Chávez (Cusco, 1983). Es poeta, editor, gestor cultural y catedrático. No siga ese pájaro (Paracaídas editores, Perú, 2017) es su más reciente libro. Es también autor de Gavia (Ediciones Fecit, España, 2009), Pequeño estudio sobre la muerte (Ediciones Cope, Perú, 2010), Cover (Editorial Difacil, España, 2011), entre otros títulos. Su obra ha recibido importantes premios en España, México y Perú. Es maestrista en Literatura con mención en Análisis del Discurso por la Universidad Nacional de San Agustín. Coorganiza el Festival Internacional de Poesía de Arequipa, gestiona espacios literarios (talleres, encuentro con autores, clubs de lectura, etc.) en el sur de Perú y desde hace varios años gestiona el proyecto Urbanotopia. A continuación se presentan algunos poemas del libro Cover que será reeditado por Buenos Aires Poetry en Abril de 2019. Canción de Edipo en Tesalia Lo sé. El amor es al fin y al cabo una rémora sonriente un acto de constricción nada planificado vagando zombi por los riachuelos que alumbran la ciudad, buscando la felicidad en tu etnia de espanto y fuerza. Te miraba como sólo los locos pueden. Me aferraba a mi fantasma hediondo para que te salvaras de mí. Te salvé de mí. Pero el amor era un batracio metido en mi oreja, un constante croar de saltimbanquis empecinados en traerte una y otra vez. Hasta que te quedaste para siempre sin estar. Es incomprensible mi manera de mirarte como un sacerdote mira el cáliz, convencerme de cuánto hiere cada filamento que sale de ti y que me abrigaba, que todavía me abriga. Lo sé, mis dedos sangran por el trabajo, por las madrugadas dedicas a que me quieras. Te salve de mí a costa tuya, destruí los remansos de tu niñez, y tú, inocente como sola tú, me regalaste una y otra vez la vida. Lo sé, el amor es una rémora sonriente pero una rémora, al fin y al cabo, necesaria. Mi necesidad tiene nuestros apellidos. Mi felicidad tiene tus ganas. Abrazarte sería en el mejor de los casos una ofensa, pero también una carta de ciudadanía, un lugar propio entre los riachuelos por donde fecunda la ciudad. Guerra fría la de los amantes que matan su felicidad a costa de construirse una vida. Olvidados de la vida, digo tanto para decirte mi necesidad tiene tu nombre. Digo tanto para convencerte tan poco. Planifico cada palabra que sale de mí hacia ti. Me dices que solo tienes un hijo, no dos y me siento huérfano. Podrías dejar de hablar un poco y mirarme, olerme como la primera vez. Ya se han acabado entre nosotros las primeras veces, todo es un tiempo de descuento un tal vez mañana si pueda si esta vez si eso si quisiéramos si eso existe. No me moriré todavía, me digo, alzaré nuevamente mi mirada hasta tu mirada limpia. A eso me dedico, a tratar de que lo dicho sea verdad, a que mis sueños de adolescente trabajar poco ganar mucho, hacer lo que más me gusta lo que me gusta más después de ti sea provechoso para los tres. Cobarde como soy, te he ido perdiendo, decía una canción de amor. No ser esto que soy y que te ha ido perdiendo. Ganada mi niñez, no la necesitabas. Ahora mi necesidad tiene el nombre de tu necesidad. El amor también, lo sé, tiende a ser eso. Por lo que presento mis armas ante ti y dejo mi presente para vivir en nuestro mejor pasado, para mirar nuestro único futuro. Hemos tenido días malos, nos disgustaban las mismas flores los girasoles eran fracturas en nuestras manos. Pero hemos estudiado botánica, ahora sabemos un poco más de las flores. Te salve de mí a condición de perderte. Nada bueno pude sacar de mi pecho. Decir tanto para convencerte tan poco, pero convencerte al menos. Niño como soy no soy ni la mitad de la niña que eres. ¿A dónde llevaré mis huesos el día que los días se me acaben. Palillos de dientes mis huesos te buscarán, de seguro. Acógelos al menos como amiga. Abrázalos y huélelos como la primera vez, ya no como un traje que usé, sino como un traje que me uso. Desde la primera vez, ahora que no nos quedan ya más primeras veces, te pertenecieron y se asustaban si querías saltar del puente; cobardes como son no sabían si te seguirían en el salto. Acógelos, no porque sean tuyos, tantas cosas tienes que no les abres la puerta de tu casa, que los dejas esperando en la vereda, sino porque son feos, débiles, roncos y te miran como sólo un loco puede. No te harán escenas de celos, se acurrucaran en una esquina tratarán de incomodarte lo menos posible. Como yo, se sentirán contentos de que los mires de vez en cuando hermosa y fuerte como eres. No voy a negar lo feo que soy contigo, lo feo que son mis huesos, la cantidad de horas acumuladas en el trabajo de tender vías de ferrocarril que me alejaran de casa, pero te lo debo todo, el 80% de esas horas y la inflación de mis agallas. Esta canción también era una deuda, que así y ahora queda mal saldada, decía otra canción de amor. – Las vocales como remaches del misterio. Son nuestros los asesinos. Los dueños d los carnés y d los remos. Son nuestras las tierras bajo los reinos. Las imperceptibles venganzas. El demasiado tarde y el demasiado pronto. El miedo la furia el delirio. Nuestra guerra es nuestra, al fin y al cabo. El narcotráfico, las vírgenes muertas en el desierto. Las tablas de multiplicar. Las apuestas, el hipódromo. Las canciones del carro basurero. Los aeropuertos clandestinos. Abrimos las manos y el mundo se castra. Hablamos y el misterio mete en una maleta su casa. El poeta conquista con las manos. Salones de belleza abren sus puertas y una vaca abarrota los puestos del mercado. Vaca dulce son(~)ando en los junquillos de la memoria, amando lo que (se) fue con la alegría de saber que ya a nadie le pertenece. Con la edad d construir una fosa deste lado del misterio. Decirlo todo, jugándonos hasta la última ficha sin dejar nada para la propina. Debía ganar. No quedaba otra cosa por hacer. Tenía empeñada la casa d su madre, el dinero para la luz para el agua, la cuenta en el mercado y el teléfono. Debía ganarlo. En algún lugar ya está dicho: la ruleta es un logaritmo, un cálculo vectorial. Ya no me desconcierta escuchar la mudez d los lunares en mi mano. Hemos requemado nuestra piel bajo las escuelas d lo apolíneo. Son nuestras la belleza, el parpadeo con alegría. La fanática embriaguez. La incesante cadena d posibles combinaciones terminó y es mentira aquello sobre la última jornada. Las pantallas los televisores están clausurados, pero si te fijas bien siguen con luz y verdor cual si fuese esto una película tipo b. Qué agradable es pensar que su espalda ya no me sorprende. Al fondo del foso me topo con un niño que orina sobre los heliotropos, marrón como chocolate e igual d delicioso. Puede ser un padre, un guerrero, un asesino, un hijo en fin, un astro irremediable. Esperar lo ha hecho cada vez más fuerte. Ya no tiene importancia su cuerpo. Me ve con cariño y cierta desconfianza. Me pregunta con asombro por qué tanto pudor sobre lo que sale del cuerpo: la mierda, la orina, el semen, la saliva, el sudor, la menstruación; ¿por qué ocultar y cerrar los ojos ante lo repudiado por el cuerpo d sí mismo? Ha llegado al punto d mirar con tanto odio que nadie intuye la compasión eneste tipo d miradas. Claro, tiene otros tipos de miradas. Colecciona miradas como otros coleccionan estampillas o música, cadáveres d insectos, máscaras… Lo veo tan fuerte y sólido que si una mosca golpeará al vuelo en su cuerpo, se rompería en mil pedazos. Son nuestras las ganas y ella se abraza al niño y se duermen bajo la vaca. Será todo un gran fracaso y no quedará ningún reino. Pero qué hermoso. – No se trata de ti, es otra cosa. Luego, después siempre dicen lo mismo. Cuando te conocí creí que el mundo se podría reducir a tus labios. Bah, una mentira muy pertinente, sí. Una mentira… y mientras te conocía comencé a comprender como el mundo —que podría ser una hoja en blanco— podría ser todo lo que tocabas —como Midas tocaba el prepucio de sus hermosos niños pelirrojos— y caber en el espacio vacío donde detenías tu mirada. Me erizas pero me quieres pura. Me depilo. Me perturbas. Si me maquillo. Si me espantas. Dicen tus razones son muy extrañas, no las entiendo para nada. Pero acaso uno se puede deshacer de las viejas costumbres, tirarlo todo como a una casa por la ventana, en medio de la llanura de la noche. Borrar de sí toda la voluntad de resistir. (?) Pero ahí estaban las ansías de los primeros días sin sentir siquiera las invasiones. Invasiones nacidas en la boca de la sangre. Descubrir, creer, conocer, palpar. Verbos transitivos quizá, pero sí transitorios. Por eso comencé a horadar con mis yemas territorios en tu piel. Comencé a perseguir tu mirada en la sucesión de los días. A recoger leña seca en tus bosques para combatir el frío de la memoria, del puro recuerdo. Comencé. Al principio no mentía tanto. Tu cuerpo en cambio no hacía ningún esfuerzo. Se tomaba de las barandas, tomaba ascensores. Sacaba punta a los lápices. Hacía falsas promesas. Olvidaba la hora de las citas por no salir de casa, por no acomodarse dentro de un traje. Le distraía el polvo que en las clavículas de los roperos nombraban ausencias. Comencé. Los viajes de trabajo eran cada vez más frecuentes. La primera vez estaba muy ebrio. Luego como una bola de nieve todos fuimos rodando y rodando. No es una excusa, lo sé. Las llamadas telefónicas eran frías y esporádicas. La ética ronda cual perro asustado mostrando los dientes, esperando el momento de regodearse en los charcos de sangre nacidos de una yugular anónima e implacable. Por ello no se puede excusar con palabras aquello no hecho de palabras. No es el miedo a la separación, sino a reconocer otra vez a mi piel como mía. En cambio tu mano seguía suspendida con el teléfono en el aire. Del otro lado todos se habían marchado. Las tormentas son fáciles y felices a pesar del me afeito me quieres me mendigo. Me hieres me curo. En la vida hay amores que nunca. Es preciso saber guardar la calma. Tu amiga te aconsejaba un retraso, un limbo. Te proponía ir a una tierra de trenzas y listones. —descripciones al azar que tomadas de varias historietas crean una ciudad en tu imaginación—. Por eso te regalaba más referencias topográficamente precisas que constituyen estéticamente uno de los numerosos signos que llevan al lector hacia el desenlace. Tu amiga que había abortado seis veces golpeando su cuerpo contra las cuatro esquinas de las mesas. Te mentía porque el arte. “Por favor por favor por favor puedes hacer el favor de callarte, por favor.” Es suficiente con la radio. Del otro lado ya todos partían. El teléfono era un oscuro estropajo frío y mudo brillando entre el decorado de la escena. “Me siento muy bien. No me pasa nada. Todo bien” Comencé. Que fácil hubiese sido todo, en cambio. Solo quedan fotos viejas que miro y repaso… esa pésima manía tuya de recordarlo todo. De no dejarte explotar. Entonces no prestábamos tanta atención a los detalles. A través de un detalle con horror he descubierto que el amor es siempre comenzar, y nunca detenerse. Ahora todo es diferente, pero. Ya no hay esa estación de trenes ni el bar que se ve en las tapas de las guías turísticas. Yo también soy adicto a las viejas fotografías. A esas que dejas olvidadas cuando te vas pero que en realidad las dejas para que le duela, para que no olvide. En su lugar crece un mercado de artesanías. Puras cáscaras. Nada de detalles. – Esto es un Cover. Esto es lo que suena cuando un dedo se posa en una herida. Trampas en la luz. Los manifiestos recientes dan por sentado que dos personas podían compartir sus posibles espacios. Naranja partida por la mitad sin detenerse en las minucias del placer cotidiano. En mis cortos cinco sentidos clavados en las tiendas de juguetes, ella crece para mis adentros. Entiendes si te digo te quiero? No entiendes tampoco si te digo que te odio. Que te deseo. Pintarrajea los quioscos saturados de periódicos atrasados con transeúntes sombras entre la nieve que deseamos nunca termine de licuar. Crece como un vómito tierno. Comparo la vida con éstas palabras. Trampas en las sombras Trampas de la luz para ser más exactos. En las cortes en cambio se sabía que los esposos no podrían. Que lo esencial está en la suplica; en el lugar, más, oscuro de la palabra. Entre las páginas de hermosos libros que nunca entiendo donde una cortina de centauros ebrios cae delante del sol. Ella, cuyo nombre desconozco. Tú me quieres de verdad……………Pues claro, claro que te quiero Yo también te quiero…………………..Pero, pensé Pero, no vayas tan de prisa………..Asentí. No me atosigues, yo tengo mi propio ritmo para hacer las cosas …………………………………………………….. ..Asentí. Podrás esperar……………………………. Asentí. Me lo prometes…………………………….Te lo prometo Éramos una gallina a la que le habían quemado el pico y un gato al que le habían arrancado las garras. El ritmo de una gallina no varía en lo más mínimo. Un gato, en cambio.