Jean Clair
DE IMMUNDO
ARENA

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9788495897541

¿Por qué se ha vuelto común entre los artistas de este fin de siglo usar en sus obras materiales como los cabellos, los pelos, los trozos de uñas cortadas, pero además las secreciones y los humores, la sangre, la saliva, los mocos, la orina, el esperma, la sanie, la pus, los excrementos? El denominador común de todos estos insólitos productos es que son materiales orgánicos y desechos directos del cuerpo. Jamás la obra de arte ha sido tan cínica y le ha gustado tanto rozar la escatología, la suciedad y la porquería. Jamás tampoco —rasgo más desconcertante aún— esta obra habrá sido tan querida por las instituciones, como en el hermoso tiempo del arte oficial. Más inquietante que su fabricación es la recepción de estos objetos. Directores de museo, responsables de las grandes manifestaciones internacionales, críticas de revistas y magazines, todo un establishment del gusto parece aplaudir este arte de la abyección. Todo ocurre como si, de la exposición de estos cuerpos entregados al horror, otro cuerpo, el cuerpo social, sacase una necesidad y, quizás, las condiciones mismas de su cohesión. Todo ocurre como si la unidad del socius, antiguamente asumida por lo religioso y lo político, y porque se ha vuelto imposible de mantener ni en el orden de lo religioso ni sólo en el orden de lo político, encontrara en adelante su cimiento en la manifestación pública de una escatología aceptada y celebrada.

DE IMMUNDO

$28.416,00
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¿Por qué se ha vuelto común entre los artistas de este fin de siglo usar en sus obras materiales como los cabellos, los pelos, los trozos de uñas cortadas, pero además las secreciones y los humores, la sangre, la saliva, los mocos, la orina, el esperma, la sanie, la pus, los excrementos? El denominador común de todos estos insólitos productos es que son materiales orgánicos y desechos directos del cuerpo. Jamás la obra de arte ha sido tan cínica y le ha gustado tanto rozar la escatología, la suciedad y la porquería. Jamás tampoco —rasgo más desconcertante aún— esta obra habrá sido tan querida por las instituciones, como en el hermoso tiempo del arte oficial. Más inquietante que su fabricación es la recepción de estos objetos. Directores de museo, responsables de las grandes manifestaciones internacionales, críticas de revistas y magazines, todo un establishment del gusto parece aplaudir este arte de la abyección. Todo ocurre como si, de la exposición de estos cuerpos entregados al horror, otro cuerpo, el cuerpo social, sacase una necesidad y, quizás, las condiciones mismas de su cohesión. Todo ocurre como si la unidad del socius, antiguamente asumida por lo religioso y lo político, y porque se ha vuelto imposible de mantener ni en el orden de lo religioso ni sólo en el orden de lo político, encontrara en adelante su cimiento en la manifestación pública de una escatología aceptada y celebrada.