Ariel Magnus , Werner Herzog
Del caminar sobre hielo
Editorial Entropía

Páginas: 112
Formato: 120 mm x 160 mm
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789871768226

A fines de noviembre de 1974 me llamó un amigo desde París y me dijo que Lotte Eisner estaba muy enferma y que probablemente moriría, a lo que yo dije que eso no podía ser, no en este momento, el cine alemán aún no podía prescindir de ella, no debíamos permitir que eso sucediera. Agarré una campera, una brújula y un bolso con lo estrictamente necesario. Mis botas eran tan sólidas y nuevas que confiaba en ellas. Tomé el camino más recto hacia París, con la firme creencia de que ella seguiría con vida si yo iba a pie. Werner Herzog Fragmento Miércoles, 4/12 Quiero comer en un parador de camioneros; una pareja de jóvenes entra en el local y sobre la dupla pende una extraña y sorda acechanza, como en un western. En la mesa de al lado hay un hombre dormido junto a su vino tinto. ¿O se hace el dormido y acecha él también? El pequeño bolso que suelo llevar sobre el hombro izquierdo y que se apoya sobre la cadera al caminar ya me hizo un agujero del tamaño de un puño en el pulóver, por debajo de la campera. Durante el día casi no comí, sólo mandarinas, algo de chocolate; agua bebo de los arroyos agachándome como los animales. La comida debería estar lista; hay liebre y sopa. Un alcalde fue decapitado por un helicóptero en el aeródromo cuando se quería bajar. Un camionero en pantuflas aplastadas en la parte de atrás saca ahora con la mirada acechante un Gauloises completamente torcido y se lo fuma sin enderezarlo. Por estar tan solo, la moza regordeta me obsequia unas palabras interrogativas por sobre el silencio acechante de los hombres. En un rincón de la sala, el filodendro, buscando una raíz aérea, encontró asidero en la caja del parlante de la radio. Hay también una pequeña estatua de porcelana de un indio con la mano derecha estirada apuntándole al sol mientras que la izquierda, doblada, sirve de apoyo al brazo que señala a lo alto. En Estrasburgo dan películas de Helvio Soto y Sanjinés con dos, tres años de atraso, pero algo es algo. Uno de la mesa junto a la barra se llama Kaspar. ¡Al fin una palabra, un nombre! Debajo de Fouday busqué un lugar para pasar la noche, ya había oscurecido y estaba húmedo y frío. Mis pies tampoco daban más. Forcé una casa vacía, más con violencia que con astucia, aun cuando bien cerca hay una casa habitada. En ésta parecen estar haciendo reformas unos trabajadores. Afuera hace estragos la tormenta y yo acá quemado, cansado y vacío de sentido en la cocina, como un paria, pues sólo acá hay un postigo de madera y puedo encender algo de luz sin que el brillo trascienda enseguida hacia el exterior. Voy a dormir en la habitación de los chicos, porque desde ahí es más fácil huir en caso de que alguien viva acá y vuelva. Lo que es seguro es que mañana temprano van a venir obreros, en algunos cuartos están arreglando los pisos y las paredes y dejaron sus zapatos, herramientas y camperas. Me emborracho con un vino que compré en el parador de camioneros. De tan solo que estaba la voz no me salía bien, sino que era apenas un piar, no encontré el tono justo para hablar y me avergoncé. Entonces me fui a las apuradas. Oh, qué de aullidos y silbidos alrededor de la casa, los árboles braman. Mañana tengo que salir bien temprano, antes de que lleguen los hombres. A fin de despertarme a tiempo con la luz, tengo que dejar abierto el postigo de madera, lo cual es riesgoso porque se ve la ventana rota. Sacudí las esquirlas de vidrio de la colcha; al lado hay una cuna, también juguetes y una pelela. Todo esto es indescriptiblemente absurdo. Que me encuentren durmiendo, acá en la cama, esos albañiles imbéciles. Cómo revuelve el viento al bosque allá afuera. A las tres de la mañana me levanté y salí a la pequeña galería. Afuera había tormentas y nubes bajas, una escenografía enigmática y artificial. Tras una elevación del terreno relucía muy extraño y pálido el brillo de Fouday. Sensación de sinsentido total. ¿Vive aún nuestra Eisner?

Del caminar sobre hielo

$13.500,00
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Páginas: 112
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ISBN: 9789871768226

A fines de noviembre de 1974 me llamó un amigo desde París y me dijo que Lotte Eisner estaba muy enferma y que probablemente moriría, a lo que yo dije que eso no podía ser, no en este momento, el cine alemán aún no podía prescindir de ella, no debíamos permitir que eso sucediera. Agarré una campera, una brújula y un bolso con lo estrictamente necesario. Mis botas eran tan sólidas y nuevas que confiaba en ellas. Tomé el camino más recto hacia París, con la firme creencia de que ella seguiría con vida si yo iba a pie. Werner Herzog Fragmento Miércoles, 4/12 Quiero comer en un parador de camioneros; una pareja de jóvenes entra en el local y sobre la dupla pende una extraña y sorda acechanza, como en un western. En la mesa de al lado hay un hombre dormido junto a su vino tinto. ¿O se hace el dormido y acecha él también? El pequeño bolso que suelo llevar sobre el hombro izquierdo y que se apoya sobre la cadera al caminar ya me hizo un agujero del tamaño de un puño en el pulóver, por debajo de la campera. Durante el día casi no comí, sólo mandarinas, algo de chocolate; agua bebo de los arroyos agachándome como los animales. La comida debería estar lista; hay liebre y sopa. Un alcalde fue decapitado por un helicóptero en el aeródromo cuando se quería bajar. Un camionero en pantuflas aplastadas en la parte de atrás saca ahora con la mirada acechante un Gauloises completamente torcido y se lo fuma sin enderezarlo. Por estar tan solo, la moza regordeta me obsequia unas palabras interrogativas por sobre el silencio acechante de los hombres. En un rincón de la sala, el filodendro, buscando una raíz aérea, encontró asidero en la caja del parlante de la radio. Hay también una pequeña estatua de porcelana de un indio con la mano derecha estirada apuntándole al sol mientras que la izquierda, doblada, sirve de apoyo al brazo que señala a lo alto. En Estrasburgo dan películas de Helvio Soto y Sanjinés con dos, tres años de atraso, pero algo es algo. Uno de la mesa junto a la barra se llama Kaspar. ¡Al fin una palabra, un nombre! Debajo de Fouday busqué un lugar para pasar la noche, ya había oscurecido y estaba húmedo y frío. Mis pies tampoco daban más. Forcé una casa vacía, más con violencia que con astucia, aun cuando bien cerca hay una casa habitada. En ésta parecen estar haciendo reformas unos trabajadores. Afuera hace estragos la tormenta y yo acá quemado, cansado y vacío de sentido en la cocina, como un paria, pues sólo acá hay un postigo de madera y puedo encender algo de luz sin que el brillo trascienda enseguida hacia el exterior. Voy a dormir en la habitación de los chicos, porque desde ahí es más fácil huir en caso de que alguien viva acá y vuelva. Lo que es seguro es que mañana temprano van a venir obreros, en algunos cuartos están arreglando los pisos y las paredes y dejaron sus zapatos, herramientas y camperas. Me emborracho con un vino que compré en el parador de camioneros. De tan solo que estaba la voz no me salía bien, sino que era apenas un piar, no encontré el tono justo para hablar y me avergoncé. Entonces me fui a las apuradas. Oh, qué de aullidos y silbidos alrededor de la casa, los árboles braman. Mañana tengo que salir bien temprano, antes de que lleguen los hombres. A fin de despertarme a tiempo con la luz, tengo que dejar abierto el postigo de madera, lo cual es riesgoso porque se ve la ventana rota. Sacudí las esquirlas de vidrio de la colcha; al lado hay una cuna, también juguetes y una pelela. Todo esto es indescriptiblemente absurdo. Que me encuentren durmiendo, acá en la cama, esos albañiles imbéciles. Cómo revuelve el viento al bosque allá afuera. A las tres de la mañana me levanté y salí a la pequeña galería. Afuera había tormentas y nubes bajas, una escenografía enigmática y artificial. Tras una elevación del terreno relucía muy extraño y pálido el brillo de Fouday. Sensación de sinsentido total. ¿Vive aún nuestra Eisner?