Pierre Rosanvallon
El buen gobierno
Manantial

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789875002173

Un asesor de uno de los candidatos que disputará el ballottage confiesa como al pasar: "No sé si hicimos las cosas correctamente, hay tantas bajezas y chicanas en una campaña. Pero si llegamos, eso se terminó, tendremos que gobernar bien". Este hombre, acaso sin darse cuenta, alude a un concepto en el que se cifra la esperanza de millones de votantes: elegir a alguien que sea sensible y decente, y que posea la capacidad de formar un buen gobierno. Vincular el gobierno con la virtud no es, por cierto, una idea nueva. Tiene una larga trayectoria en la filosofía y en la ciencia política. En el libro El buen gobierno, del politólogo francés Pierre Rosanvallon, que se publica por estos días en Buenos Aires, se aborda exhaustivamente el tema. Para elaborar su concepto de buen gobierno, al que llama "democracia de ejercicio", Rosanvallon distingue dos planos convergentes. Uno es el de las reglas que regirán la relación entre gobernantes y gobernados; el otro es el de las cualidades que se requieren en un presidente. El argumento es que la democracia, en cierta forma, cambió de eje: antes la clave era el vínculo entre representantes y representados, que se resolvía en la elección democrática; ahora, además de eso, ha adquirido centralidad la relación entre gobernantes y gobernados. Para que ese lazo resulte satisfactorio no alcanza la elección, debe haber calidad y eficacia en el ejercicio del gobierno. Y eso, ante todo, es la responsabilidad del Poder Ejecutivo, que ha adquirido una relevancia decisiva en esta época. La responsabilidad, la rendición de cuentas, el hablar veraz y la integridad están entre las virtudes del buen gobierno que traza Rosanvallon.

El buen gobierno

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Un asesor de uno de los candidatos que disputará el ballottage confiesa como al pasar: "No sé si hicimos las cosas correctamente, hay tantas bajezas y chicanas en una campaña. Pero si llegamos, eso se terminó, tendremos que gobernar bien". Este hombre, acaso sin darse cuenta, alude a un concepto en el que se cifra la esperanza de millones de votantes: elegir a alguien que sea sensible y decente, y que posea la capacidad de formar un buen gobierno. Vincular el gobierno con la virtud no es, por cierto, una idea nueva. Tiene una larga trayectoria en la filosofía y en la ciencia política. En el libro El buen gobierno, del politólogo francés Pierre Rosanvallon, que se publica por estos días en Buenos Aires, se aborda exhaustivamente el tema. Para elaborar su concepto de buen gobierno, al que llama "democracia de ejercicio", Rosanvallon distingue dos planos convergentes. Uno es el de las reglas que regirán la relación entre gobernantes y gobernados; el otro es el de las cualidades que se requieren en un presidente. El argumento es que la democracia, en cierta forma, cambió de eje: antes la clave era el vínculo entre representantes y representados, que se resolvía en la elección democrática; ahora, además de eso, ha adquirido centralidad la relación entre gobernantes y gobernados. Para que ese lazo resulte satisfactorio no alcanza la elección, debe haber calidad y eficacia en el ejercicio del gobierno. Y eso, ante todo, es la responsabilidad del Poder Ejecutivo, que ha adquirido una relevancia decisiva en esta época. La responsabilidad, la rendición de cuentas, el hablar veraz y la integridad están entre las virtudes del buen gobierno que traza Rosanvallon.