LESLIE KAPLAN
EL EXCESO; LA FABRICA
ARENA

Páginas: 106
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9788415757023

En 1968, Leslie Kaplan, nacida en Estados Unidos, pero residente en Francia desde niña, educada allí y de lengua también francesa, ha abandonado el camino al que la conducirían sus estudios de filosofía, psicología e historia, ha renegado, como se decía, del aburguesa-miento intelectual y, como hicieron otros tantos camaradas y militantes maoístas, ha entrado a trabajar en una fábrica (en las afueras de París y en Lyon). Allí está en el momento de las revueltas de mayo de ese año, en las que participa. Sin embargo, después de dos años y medio, dejando la fábrica, la experiencia extraída de ella no aviva su compromiso político, sino, casi inespera-damente, marca su entrada en la escritura, donde aún continúa. El exceso-la fábrica es el primer libro que Leslie Kaplan publica, en 1982. Libro que causó estupor y polémica, y que fue recibido con elogios por Marguerite Duras («nadie nunca ha hablado de la fábrica como lo ha hecho usted») y por Maurice Blanchot («aquí comprendemos que ya no habrá otro mundo, que nunca lo hubo»). El libro no es, como quizá podría suponerse, la narración de su compromiso político, sino la puesta por escrito de lo que ha conocido en las fábricas donde trabajó. Escritura de la fábrica misma como universo en que el trabajo se aliena y el sujeto que lo realiza no tiene otra experiencia que su ausencia de subjetividad. En El exceso-la fábrica Leslie Kaplan no tiene en absoluto la intención de describir la fábrica, menos aún a la manera del naturalismo de Zola, sino la de escribir la fábrica. Volverla real mediante la escritura, con el objeto de que el lector, al leer, entre literalmente en ella. Ponerla frente a él de manera que éste sienta su inhospitalidad. Por eso, le hurta las imágenes y sólo le muestra objetos, a los que se exige mirar. Escribir la fábrica es hacer sensibles estos objetos. Inhóspita también porque ahí no hay nadie definido, ya que el sujeto de la acción no es ni un «yo» ni (en la fábrica donde sólo trabajan mujeres) un «ella», sino «una», pronombre indefinido y no numeral, indefinido y no personal: sujeto impersonal que se mueve en ese espacio sin límites. Escribir la fábrica es despersonalizar ese sujeto. Su primera línea presenta «la gran fábrica universo, la que respira por ti», mundo («el» mundo) a la vez infinitamente cerrado e infinita-mente fragmentado, donde se está siempre en lo mismo y del que no se sale: nadie sale de allí donde siempre se está entrando o donde siempre se está dentro. No hay afuera de ese universo y eso es el infierno que sin disimularlo contiene El exceso-la fábrica, relato compuesto exactamente por nueve círculos y donde casi en cada línea de una escritura que deja que incluso los blancos se expresen parece resonar la recomendación de Dante: «abandonad toda esperanza». ¿Por qué el exceso hablando de la fábrica? ¿Qué une el exceso a la fábrica? El exceso lo introduce la voluntad de escribir. Porque el escribir la fábrica excede el trabajo y cualquier clase de acción, impugnándolos, produciendo paradójica-mente un lugar excesivo creado a partir de decir: «no hay afuera». Con respecto a la fábrica, El exceso-la fábrica pone (escribe) una palabra que está de más. Escribir la fábrica permite situarse en esa demasía, en ese exceso con respecto a lo vivido, generar una especie de sobre-vida (también una clase de muerte). Escribir, al fin, es sobrevivir. Escribir es excesivo. VOCES DE LA CRÍTICA: El exceso-la fábrica: primero entre mis manos, un manuscrito. Y la lectura de un manuscrito no puede ser sino culpable, porque no es desinteresada. La preocupación del editor impone precauciones y exigencias. Impide la objetividad que, felizmente y de todos modos, es imposible. La objetividad imposible nubla la vista que quiere ser demasiado clarividente. Y el libro no es todavía libro. Inacabado, ¿renunciará a serlo para alcanzar ese estatuto donde estará protegido por el respeto: respeto al libro? Pero El exceso-la fábrica casi de inmediato ha dejado de ser un manuscrito, ha dejado de ser un libro. Desde la primera página, ha dicho lo que sólo podía ser dicho arrancándonos del decir. Palabras sencillas, frases breves, nada de discurso y, por el contrario, la discontinuidad de una lengua que se interrumpe porque llega a los extremos. Es quizás la poesía, es quizás más que la poesía. Otros libros, notables, han descrito el trabajo de la fábrica y en la fábrica. Pero aquí y desde las primeras palabras comprendemos que si al trabajar entramos en la fábrica, perteneceremos en adelante a la inmensidad del universo («la gran fábrica universo»), que ya no habrá otro mundo, que nunca lo hubo. Maurice Blanchot

EL EXCESO; LA FABRICA

$30.784,00
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En 1968, Leslie Kaplan, nacida en Estados Unidos, pero residente en Francia desde niña, educada allí y de lengua también francesa, ha abandonado el camino al que la conducirían sus estudios de filosofía, psicología e historia, ha renegado, como se decía, del aburguesa-miento intelectual y, como hicieron otros tantos camaradas y militantes maoístas, ha entrado a trabajar en una fábrica (en las afueras de París y en Lyon). Allí está en el momento de las revueltas de mayo de ese año, en las que participa. Sin embargo, después de dos años y medio, dejando la fábrica, la experiencia extraída de ella no aviva su compromiso político, sino, casi inespera-damente, marca su entrada en la escritura, donde aún continúa. El exceso-la fábrica es el primer libro que Leslie Kaplan publica, en 1982. Libro que causó estupor y polémica, y que fue recibido con elogios por Marguerite Duras («nadie nunca ha hablado de la fábrica como lo ha hecho usted») y por Maurice Blanchot («aquí comprendemos que ya no habrá otro mundo, que nunca lo hubo»). El libro no es, como quizá podría suponerse, la narración de su compromiso político, sino la puesta por escrito de lo que ha conocido en las fábricas donde trabajó. Escritura de la fábrica misma como universo en que el trabajo se aliena y el sujeto que lo realiza no tiene otra experiencia que su ausencia de subjetividad. En El exceso-la fábrica Leslie Kaplan no tiene en absoluto la intención de describir la fábrica, menos aún a la manera del naturalismo de Zola, sino la de escribir la fábrica. Volverla real mediante la escritura, con el objeto de que el lector, al leer, entre literalmente en ella. Ponerla frente a él de manera que éste sienta su inhospitalidad. Por eso, le hurta las imágenes y sólo le muestra objetos, a los que se exige mirar. Escribir la fábrica es hacer sensibles estos objetos. Inhóspita también porque ahí no hay nadie definido, ya que el sujeto de la acción no es ni un «yo» ni (en la fábrica donde sólo trabajan mujeres) un «ella», sino «una», pronombre indefinido y no numeral, indefinido y no personal: sujeto impersonal que se mueve en ese espacio sin límites. Escribir la fábrica es despersonalizar ese sujeto. Su primera línea presenta «la gran fábrica universo, la que respira por ti», mundo («el» mundo) a la vez infinitamente cerrado e infinita-mente fragmentado, donde se está siempre en lo mismo y del que no se sale: nadie sale de allí donde siempre se está entrando o donde siempre se está dentro. No hay afuera de ese universo y eso es el infierno que sin disimularlo contiene El exceso-la fábrica, relato compuesto exactamente por nueve círculos y donde casi en cada línea de una escritura que deja que incluso los blancos se expresen parece resonar la recomendación de Dante: «abandonad toda esperanza». ¿Por qué el exceso hablando de la fábrica? ¿Qué une el exceso a la fábrica? El exceso lo introduce la voluntad de escribir. Porque el escribir la fábrica excede el trabajo y cualquier clase de acción, impugnándolos, produciendo paradójica-mente un lugar excesivo creado a partir de decir: «no hay afuera». Con respecto a la fábrica, El exceso-la fábrica pone (escribe) una palabra que está de más. Escribir la fábrica permite situarse en esa demasía, en ese exceso con respecto a lo vivido, generar una especie de sobre-vida (también una clase de muerte). Escribir, al fin, es sobrevivir. Escribir es excesivo. VOCES DE LA CRÍTICA: El exceso-la fábrica: primero entre mis manos, un manuscrito. Y la lectura de un manuscrito no puede ser sino culpable, porque no es desinteresada. La preocupación del editor impone precauciones y exigencias. Impide la objetividad que, felizmente y de todos modos, es imposible. La objetividad imposible nubla la vista que quiere ser demasiado clarividente. Y el libro no es todavía libro. Inacabado, ¿renunciará a serlo para alcanzar ese estatuto donde estará protegido por el respeto: respeto al libro? Pero El exceso-la fábrica casi de inmediato ha dejado de ser un manuscrito, ha dejado de ser un libro. Desde la primera página, ha dicho lo que sólo podía ser dicho arrancándonos del decir. Palabras sencillas, frases breves, nada de discurso y, por el contrario, la discontinuidad de una lengua que se interrumpe porque llega a los extremos. Es quizás la poesía, es quizás más que la poesía. Otros libros, notables, han descrito el trabajo de la fábrica y en la fábrica. Pero aquí y desde las primeras palabras comprendemos que si al trabajar entramos en la fábrica, perteneceremos en adelante a la inmensidad del universo («la gran fábrica universo»), que ya no habrá otro mundo, que nunca lo hubo. Maurice Blanchot