Carlos Alonso
El ganado y lo perdido
Ediciones Maestras

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789877838459

Soy un hombre agradecido porque pertenezco a la generación de los épicos años sesenta, que preanunciaron un cambio de era y provocaron acontecimientos que sacudieron a América Latina y el mundo. Con algunos años menos que Carlos Alonso, admiraba su obra sin conocerlo personalmente; ambos vivíamos una Argentina gris y opresiva. Eran tiempos heroicos con dictaduras que estimulaban nuestros idearios libertarios de justicia social y democracia plena, y sus fuegos I servían de combustible a nuestras obras. Aquella época fue de una extraordinaria creatividad en toda América Latina: nacía el boom literario con la diversidad de García Márquez, Rulfo, Carpentier, Guimaráes, Marechal, Cortázar, Onetti; se imponíanla bossa nova en Brasil, y en Buenos Aires, Piazzolla; el nuevo cine era impulsado por los films de Fernando Birri, Glauber Rocha, Pereira dos Santos, Gutiérrez Alea y Santiago Álvarez, y a ellos se sumaban una nueva ola de teatristas, autores como Gámbaro y Pavlovsky, cantantes, poetas y maestros de la pintura como Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Luis Felipe Noé y Carlos Alonso. En esas circunstancias, surgía nuestro Grupo Cine Liberación-con Octavio Getino y Gerardo Vallejo- cuya primera obra, La hora de los hornos, inauguraba el cine político: cine de resistencia y descolonización, o tercer cine. Fue en la primavera de 1968, días después del llamado «Mayo francés» y la insurrección de los estudiantes europeos. Casi todo nuestro continente estaba bajo dictaduras militares; tanques soviéticos aplastaban la «Primavera de Praga» y los americanos ejecutaban un genocidio salvaje contra el pueblo vietnamita. La violencia no tenía límites: en ese 1968 asesinaron a Martin Luther King y a Robert Kennedy, y en México se masacraba la revuelta de los estudiantes. Descubrí en profundidad la obra de Alonso a través de uno de mis grandes amigos: el gran ceramista y escultor Carlos Carié. Pensábamos que desde las aguafuertes de Goya sobre la invasión napoleónica no hubo otra pintura y otro dibujo como el de Carlos Alonso para expresar el horror de las dictaduras genocidas. Como homenaje, incorporé en La hora de los hornos dos de sus imágenes: un dibujo en la primera parte que estigmatiza a la oligarquía —ejecutora del genocidio contra los pueblos originarios-, y en la tercera parte otro dibujo que inmortaliza una sesión de tortura. Toda obra es una síntesis de la herencia cultural, una superposición de múltiples imágenes que finalmente se convierten en una nueva. En el cine, es un proceso de acumulación de escenas y secuencias, mientras que en la pintura todo se resume y condensa en una sola imagen. Cuando ella es potente e innovadora, alcanza un poder multiplicador -jue nos descubre varias imágenes al mismo tiempo y nos hace viajar como en el cine. Los que enfrentamos la dictadura de entonces -gobernaba el general Onganía- lo hicimos con obras que la represión no pudo impedir que se hicieran y se divulgaran. El pueblo las tomó y circularon anónimamente por circuitos clandestinos. No era fácil ni seguro desafiar la represión con obras que la enfrentaban. Años después, miles de argentinos lo pagaron con la vida o, como nosotros, con pérdidas queridas y años de exilio. La monumental obra de Carlos Alonso es una permanente búsqueda de identidad: identidad de cultura y de lenguaje. Su obra amalgama las mejores tradiciones de la pintura latinoamericana y española. Alonso fue capaz de rescatar y darle imagen a la marea de pibes o viejos pobres abandonados por las provincias que siguen solos y siguen esperando. Sus miradas -mezcla de temor, amor y ternura- son inolvidables: nos acompañan siempre y nos interrogan pidiendo una respuesta.

El ganado y lo perdido

$7.900,00
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Soy un hombre agradecido porque pertenezco a la generación de los épicos años sesenta, que preanunciaron un cambio de era y provocaron acontecimientos que sacudieron a América Latina y el mundo. Con algunos años menos que Carlos Alonso, admiraba su obra sin conocerlo personalmente; ambos vivíamos una Argentina gris y opresiva. Eran tiempos heroicos con dictaduras que estimulaban nuestros idearios libertarios de justicia social y democracia plena, y sus fuegos I servían de combustible a nuestras obras. Aquella época fue de una extraordinaria creatividad en toda América Latina: nacía el boom literario con la diversidad de García Márquez, Rulfo, Carpentier, Guimaráes, Marechal, Cortázar, Onetti; se imponíanla bossa nova en Brasil, y en Buenos Aires, Piazzolla; el nuevo cine era impulsado por los films de Fernando Birri, Glauber Rocha, Pereira dos Santos, Gutiérrez Alea y Santiago Álvarez, y a ellos se sumaban una nueva ola de teatristas, autores como Gámbaro y Pavlovsky, cantantes, poetas y maestros de la pintura como Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Luis Felipe Noé y Carlos Alonso. En esas circunstancias, surgía nuestro Grupo Cine Liberación-con Octavio Getino y Gerardo Vallejo- cuya primera obra, La hora de los hornos, inauguraba el cine político: cine de resistencia y descolonización, o tercer cine. Fue en la primavera de 1968, días después del llamado «Mayo francés» y la insurrección de los estudiantes europeos. Casi todo nuestro continente estaba bajo dictaduras militares; tanques soviéticos aplastaban la «Primavera de Praga» y los americanos ejecutaban un genocidio salvaje contra el pueblo vietnamita. La violencia no tenía límites: en ese 1968 asesinaron a Martin Luther King y a Robert Kennedy, y en México se masacraba la revuelta de los estudiantes. Descubrí en profundidad la obra de Alonso a través de uno de mis grandes amigos: el gran ceramista y escultor Carlos Carié. Pensábamos que desde las aguafuertes de Goya sobre la invasión napoleónica no hubo otra pintura y otro dibujo como el de Carlos Alonso para expresar el horror de las dictaduras genocidas. Como homenaje, incorporé en La hora de los hornos dos de sus imágenes: un dibujo en la primera parte que estigmatiza a la oligarquía —ejecutora del genocidio contra los pueblos originarios-, y en la tercera parte otro dibujo que inmortaliza una sesión de tortura. Toda obra es una síntesis de la herencia cultural, una superposición de múltiples imágenes que finalmente se convierten en una nueva. En el cine, es un proceso de acumulación de escenas y secuencias, mientras que en la pintura todo se resume y condensa en una sola imagen. Cuando ella es potente e innovadora, alcanza un poder multiplicador -jue nos descubre varias imágenes al mismo tiempo y nos hace viajar como en el cine. Los que enfrentamos la dictadura de entonces -gobernaba el general Onganía- lo hicimos con obras que la represión no pudo impedir que se hicieran y se divulgaran. El pueblo las tomó y circularon anónimamente por circuitos clandestinos. No era fácil ni seguro desafiar la represión con obras que la enfrentaban. Años después, miles de argentinos lo pagaron con la vida o, como nosotros, con pérdidas queridas y años de exilio. La monumental obra de Carlos Alonso es una permanente búsqueda de identidad: identidad de cultura y de lenguaje. Su obra amalgama las mejores tradiciones de la pintura latinoamericana y española. Alonso fue capaz de rescatar y darle imagen a la marea de pibes o viejos pobres abandonados por las provincias que siguen solos y siguen esperando. Sus miradas -mezcla de temor, amor y ternura- son inolvidables: nos acompañan siempre y nos interrogan pidiendo una respuesta.