DIONYS MASCOLO
EN TORNO A UN ESFUERZO DE MEMORIA
ARENA

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9788495897329

En 1986 Dionys Mascolo encuentra, casi por azar, la carta que Robert Antelme le dirigiera el 21 de junio de 1945. Con «palabras sin edad» afectadas de una «original indeterminación», índice de la inocencia cruel de un habla inusitada, la carta dice a un tiempo la reencarnación de quien la firma, su vuelta a la humanidad, y el desposeimiento esencial que en ese retorno acontece. Esas líneas, las primeras que escribe el amigo regresado del exilio de los campos, ofrecen por mediación del olvido la inesperada posibilidad de leer a su luz lo que vendrá después. Al carácter inconfesable de la experiencia de Antelme, a su imposibilidad de ser comunicada a la par que a su necesidad de ser compartida, hubo algunos, entre los que se cuentan el propio Mascolo y Marguerite Duras, que jamás pudieron sustraerse. «Deportados con él», «judaizados para siempre», «vueltos comunistas en el alma», conviven durante los años de posguerra embargados por «el sentimiento de una mutua liberación». El domicilio parisino de la rue Saint-Benoît, que había servido de refugio a resistentes, se convierte en «un lugar abierto permanentemente a los amigos», donde en compañía de Edgar Morin o Elio Vittorini se trazan espacios de libertades desconocidas. Tras su exclusión del Partido Comunista junto con Antelme, en 1950, Mascolo será uno de los más combativos y lúcidos inspiradores de lo que él mismo llamó «el hombre de la exigencia comunista». Su búsqueda de una escritura colectiva, de un «comunismo de escritura» que venciera las seducciones de la condición de autor (esa forma de soledad que, como él denunció, convierte a todo intelectual, de manera natural, en un intelectual de derechas), hará que buena parte de su pensamiento quede diseminado en octavillas, comunicados y manifiestos, ya uniendo su firma a la de otros, ya de manera anónima. El Manifiesto de los 121 o el movimiento de Mayo del 68, en los que tomó parte, dieron voz a la experiencia que Maurice Blanchot deslindara en esta frase: «Comunismo: lo que excluye (y se excluye) de toda comunidad ya constituida». Dionys, quisiera decirte que no pienso la amistad como una cosa positiva, es decir, como un valor, sino mucho más, es decir, como un estado, una identificación, por tanto una multiplicación de la muerte, una multiplicación de la interrogación, el lugar milagrosamente más neutro desde donde percibir y sentir la constante de desconocido, el lugar donde la diferencia, en lo que ella tiene de más agudo, no vive —como cabría esperarlo en el «fin de la historia»—, no se expande más que en el corazón de su contrario — proximidad de la muerte. Robert Antelme La vida del espíritu entre amigos, el pensamiento que se forma en la conversación y en la carta, son necesarios para aquellos que buscan. Aparte de esto, dejados a nosotros solos, no pensamos. Friedrich Hölderlin El hombre puede llegar a ser el imposible amigo del hombre, teniendo relación en éste precisamente con lo imposible. Maurice Blanchot

EN TORNO A UN ESFUERZO DE MEMORIA

$30.784,00
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En 1986 Dionys Mascolo encuentra, casi por azar, la carta que Robert Antelme le dirigiera el 21 de junio de 1945. Con «palabras sin edad» afectadas de una «original indeterminación», índice de la inocencia cruel de un habla inusitada, la carta dice a un tiempo la reencarnación de quien la firma, su vuelta a la humanidad, y el desposeimiento esencial que en ese retorno acontece. Esas líneas, las primeras que escribe el amigo regresado del exilio de los campos, ofrecen por mediación del olvido la inesperada posibilidad de leer a su luz lo que vendrá después. Al carácter inconfesable de la experiencia de Antelme, a su imposibilidad de ser comunicada a la par que a su necesidad de ser compartida, hubo algunos, entre los que se cuentan el propio Mascolo y Marguerite Duras, que jamás pudieron sustraerse. «Deportados con él», «judaizados para siempre», «vueltos comunistas en el alma», conviven durante los años de posguerra embargados por «el sentimiento de una mutua liberación». El domicilio parisino de la rue Saint-Benoît, que había servido de refugio a resistentes, se convierte en «un lugar abierto permanentemente a los amigos», donde en compañía de Edgar Morin o Elio Vittorini se trazan espacios de libertades desconocidas. Tras su exclusión del Partido Comunista junto con Antelme, en 1950, Mascolo será uno de los más combativos y lúcidos inspiradores de lo que él mismo llamó «el hombre de la exigencia comunista». Su búsqueda de una escritura colectiva, de un «comunismo de escritura» que venciera las seducciones de la condición de autor (esa forma de soledad que, como él denunció, convierte a todo intelectual, de manera natural, en un intelectual de derechas), hará que buena parte de su pensamiento quede diseminado en octavillas, comunicados y manifiestos, ya uniendo su firma a la de otros, ya de manera anónima. El Manifiesto de los 121 o el movimiento de Mayo del 68, en los que tomó parte, dieron voz a la experiencia que Maurice Blanchot deslindara en esta frase: «Comunismo: lo que excluye (y se excluye) de toda comunidad ya constituida». Dionys, quisiera decirte que no pienso la amistad como una cosa positiva, es decir, como un valor, sino mucho más, es decir, como un estado, una identificación, por tanto una multiplicación de la muerte, una multiplicación de la interrogación, el lugar milagrosamente más neutro desde donde percibir y sentir la constante de desconocido, el lugar donde la diferencia, en lo que ella tiene de más agudo, no vive —como cabría esperarlo en el «fin de la historia»—, no se expande más que en el corazón de su contrario — proximidad de la muerte. Robert Antelme La vida del espíritu entre amigos, el pensamiento que se forma en la conversación y en la carta, son necesarios para aquellos que buscan. Aparte de esto, dejados a nosotros solos, no pensamos. Friedrich Hölderlin El hombre puede llegar a ser el imposible amigo del hombre, teniendo relación en éste precisamente con lo imposible. Maurice Blanchot