Jack London
Encender la hoguera
Periférica Editorial

Páginas: 80
Formato: 13,5 x 21 cm.
Peso: 0.14 kgs.
ISBN: 9788492865765

Un hombre en medio de la nieve. También un perro. El perro, tantas veces víctima de la crueldad humana, de las novelas de Jack London... Bosques y arroyos congelados. Y un frío (estamos muy al Norte, en el Yukón) que, literalmente, mata. ¿Es despiadada la naturaleza o lo son sólo los hombres? No hay en ninguna de las dos versiones de esta historia, que reunimos por primera vez en nuestra edición, espacio para lo «sentimentaloide», y pocas veces el carácter de los hombres ha sido tan bien radiografiado como en estas pocas pero fundamentales páginas: angustiosas, hermosísimas y terribles a la vez. «Por un instante se sentó y miró hacia el lugar donde poco antes estuviera el fuego. Entonces una profunda calma lo invadió. Quizás el veterano del arroyo Sulphur tenía razón. Si hubiera tenido un compañero de viaje seguramente ahora no estaría corriendo peligro alguno. El compañero habría encendido la hoguera. En fin, ahora debía encargarse él mismo de volver a hacer el fuego, y esta segunda vez no podía cometer un solo error. Incluso si lo conseguía, lo más probable es que perdiera algunos dedos de los pies, que debían de estar ya terriblemente congelados: pasaría un buen rato hasta que la segunda hoguera estuviera lista.» «En Encender una hoguera aprendí, de niño, cómo somos los hombres y cómo debemos escuchar a la naturaleza.» Jack Kerouac Jack London (San Francisco, 1876-Glen Ellen, 1916) “vivió cuarenta años y escribió cuarenta libros”, según dijera Ernest Hemingway, uno de sus más atentos lectores. Durante décadas se le consideró fundamentalmente un aventurero (marino, explorador, obrero del ferrocarril, vagabundo, buscador de oro, ranchero…) que escribía, y no un intelectual (de raíces socialistas) con unas “dotes portentosas para la narración de acciones y pensamientos”, como lo definió Raymond Carver. Su capacidad para la descripción de paisajes agrestes y personajes casi siempre rudos (con ese uso magistral de los animales, fundamentalmente de los perros, como contrafigura, en expresión suya, de “lo mejor que hay en los seres humanos”), añadida a una gran economía de lenguaje y una singular brillantez en el desarrollo de la acción, son, sin duda, la base de una de las cumbres de la literatura norteamericana de todos los tiempos, a medio camino entre la generación de los Melville, Hawthorne, Poe, Thoreau o Whitman y la llamada generación perdida: Dos Passos, Faulkner, Steinbeck, Fitzgerald… Autor de numerosas obras maestras, como La llamada de lo salvaje (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906), El talón de hierro (1908) o Martin Eden (1909), basadas buena parte de ellas en su propia vida, London se sirvió de su experiencia en el Klondike como buscador de oro para escribir Encender una hoguera, considerada su mejor obra en formato breve.

Encender la hoguera

$13.300,00
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Jack London
Encender la hoguera
Periférica Editorial

Páginas: 80
Formato: 13,5 x 21 cm.
Peso: 0.14 kgs.
ISBN: 9788492865765

Un hombre en medio de la nieve. También un perro. El perro, tantas veces víctima de la crueldad humana, de las novelas de Jack London... Bosques y arroyos congelados. Y un frío (estamos muy al Norte, en el Yukón) que, literalmente, mata. ¿Es despiadada la naturaleza o lo son sólo los hombres? No hay en ninguna de las dos versiones de esta historia, que reunimos por primera vez en nuestra edición, espacio para lo «sentimentaloide», y pocas veces el carácter de los hombres ha sido tan bien radiografiado como en estas pocas pero fundamentales páginas: angustiosas, hermosísimas y terribles a la vez. «Por un instante se sentó y miró hacia el lugar donde poco antes estuviera el fuego. Entonces una profunda calma lo invadió. Quizás el veterano del arroyo Sulphur tenía razón. Si hubiera tenido un compañero de viaje seguramente ahora no estaría corriendo peligro alguno. El compañero habría encendido la hoguera. En fin, ahora debía encargarse él mismo de volver a hacer el fuego, y esta segunda vez no podía cometer un solo error. Incluso si lo conseguía, lo más probable es que perdiera algunos dedos de los pies, que debían de estar ya terriblemente congelados: pasaría un buen rato hasta que la segunda hoguera estuviera lista.» «En Encender una hoguera aprendí, de niño, cómo somos los hombres y cómo debemos escuchar a la naturaleza.» Jack Kerouac Jack London (San Francisco, 1876-Glen Ellen, 1916) “vivió cuarenta años y escribió cuarenta libros”, según dijera Ernest Hemingway, uno de sus más atentos lectores. Durante décadas se le consideró fundamentalmente un aventurero (marino, explorador, obrero del ferrocarril, vagabundo, buscador de oro, ranchero…) que escribía, y no un intelectual (de raíces socialistas) con unas “dotes portentosas para la narración de acciones y pensamientos”, como lo definió Raymond Carver. Su capacidad para la descripción de paisajes agrestes y personajes casi siempre rudos (con ese uso magistral de los animales, fundamentalmente de los perros, como contrafigura, en expresión suya, de “lo mejor que hay en los seres humanos”), añadida a una gran economía de lenguaje y una singular brillantez en el desarrollo de la acción, son, sin duda, la base de una de las cumbres de la literatura norteamericana de todos los tiempos, a medio camino entre la generación de los Melville, Hawthorne, Poe, Thoreau o Whitman y la llamada generación perdida: Dos Passos, Faulkner, Steinbeck, Fitzgerald… Autor de numerosas obras maestras, como La llamada de lo salvaje (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906), El talón de hierro (1908) o Martin Eden (1909), basadas buena parte de ellas en su propia vida, London se sirvió de su experiencia en el Klondike como buscador de oro para escribir Encender una hoguera, considerada su mejor obra en formato breve.