Malele Penchansky
Errandus II
Huesos de Jibia - HDJ

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789874914293

Esta nouvelle puede leerse en dos planos. Uno, literal y básico, como un texto que habla sobre la experiencia del deseo, sobre Eros y Thanatos, Caperucita y el Lobo y otras divinidades menores de diván, suerte de opereta tragicómica con personajes que deambulan entre la realidad y la ficción, sometidos a los fulgores de la palabra y el sexo; fascinados por las vueltas y revueltas de una intriga que avanza cada vez más endemoniada, rízomática. El otro plano vendría a ser aquel en que se incita al lector a que deje el sofá y el reposapiés de su magnífica biblioteca, y se zambulla en el fondo de la ciénaga; a que pase al otro lado del espejo; a que indague en las evidencias apenas veladas, los hechos descarnados -algo abruptos, aunque perfectamente hilvanables- que se refieren en esta obra. Un día de marzo del año 2016, la narradora (¿Emma?) recibe un llamado telefónico que desatará una guerra interior, una guerra hecha de nostalgia y de violencia, de cuerpos extendidos sobre camillas, ánimas que trajinarán sucesivamente entre la vida y la muerte... Durante la pandemia, los laberintos de la memoria reflotan situaciones e imágenes de pánico, revividas en el transcurso de encierros posteriores. Otro tipo de castigos. En Errandus II hay cortes, penetraciones, surcos que se multiplican, pasos que se desdoblan, moradas que se desangran en la memoria. Hay recuerdos apacibles en los que la infancia -y una geografia salvaje- alejan el miedo a caer en precipicios cercanos. Los destinos atraviesan un limen de verdad-extrañeza, salud-enfermedad; se traspapelan entre el dolor y el placer, el pudor y el desacato, la vigilia y el sueño. Del mismo modo, la escritura se desliza del sobresalto del thriller a la violencia del goce, entre cortejos fantasmáticos, infortunios y humor negro. El lenguaje deslumbra, picado por la curiosidad barroca, pero al mismo tiempo revolotea lúdica, campechanamente, desde una chaise-longue silvestre, vuelta de pronto camastro de hospital, sin perder nunca de vista (ni de boca) la oralidad copiosa, el escalpelo musical, la fluidez sintáctica o el llamado incesante de los montes chaqueños.

Errandus II

$12.500,00
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Esta nouvelle puede leerse en dos planos. Uno, literal y básico, como un texto que habla sobre la experiencia del deseo, sobre Eros y Thanatos, Caperucita y el Lobo y otras divinidades menores de diván, suerte de opereta tragicómica con personajes que deambulan entre la realidad y la ficción, sometidos a los fulgores de la palabra y el sexo; fascinados por las vueltas y revueltas de una intriga que avanza cada vez más endemoniada, rízomática. El otro plano vendría a ser aquel en que se incita al lector a que deje el sofá y el reposapiés de su magnífica biblioteca, y se zambulla en el fondo de la ciénaga; a que pase al otro lado del espejo; a que indague en las evidencias apenas veladas, los hechos descarnados -algo abruptos, aunque perfectamente hilvanables- que se refieren en esta obra. Un día de marzo del año 2016, la narradora (¿Emma?) recibe un llamado telefónico que desatará una guerra interior, una guerra hecha de nostalgia y de violencia, de cuerpos extendidos sobre camillas, ánimas que trajinarán sucesivamente entre la vida y la muerte... Durante la pandemia, los laberintos de la memoria reflotan situaciones e imágenes de pánico, revividas en el transcurso de encierros posteriores. Otro tipo de castigos. En Errandus II hay cortes, penetraciones, surcos que se multiplican, pasos que se desdoblan, moradas que se desangran en la memoria. Hay recuerdos apacibles en los que la infancia -y una geografia salvaje- alejan el miedo a caer en precipicios cercanos. Los destinos atraviesan un limen de verdad-extrañeza, salud-enfermedad; se traspapelan entre el dolor y el placer, el pudor y el desacato, la vigilia y el sueño. Del mismo modo, la escritura se desliza del sobresalto del thriller a la violencia del goce, entre cortejos fantasmáticos, infortunios y humor negro. El lenguaje deslumbra, picado por la curiosidad barroca, pero al mismo tiempo revolotea lúdica, campechanamente, desde una chaise-longue silvestre, vuelta de pronto camastro de hospital, sin perder nunca de vista (ni de boca) la oralidad copiosa, el escalpelo musical, la fluidez sintáctica o el llamado incesante de los montes chaqueños.