Armando Morones, Ernest Cassirer
Filosofía de las formas simbólicas II
Fondo de Cultura Económica

Páginas: 324
Formato:
Peso: 0.408 kgs.
ISBN: 978968-16-5587-7

En esta segunda parte de Filosofía de las formas simbólicas, Cassirer emprende la crítica de la conciencia mítica, paso esencial de lo que, en un contexto más amplio, Kant llamaba revolución copernicana. En lugar de medir el contenido, el sentido y la verdad de las formas menta-les, merced a otra pauta que reflejarían de modo mediato, hemos de descubrir en ellas el pa-trón y el criterio de su verdad, de su significación interna. En lugar de tenerlas por meras co-pias, debemos reconocer su regla espontánea de originación, una modalidad y rumbo origina-rios de plasmación que son más que un simple calco de algo que nos fuera concedido de antemano en firme figuración del ser. Considerado así, el mito con el arte, el lenguaje y aun el conocimiento se convierte en símbolo, no porque designe alguna realidad presente ofrecien-do una alegoría indicadora y explicativa, sino por su facultad de crear y desplegar de sí un mundo dotado de sentido

Filosofía de las formas simbólicas II

$22.900,00
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Armando Morones, Ernest Cassirer
Filosofía de las formas simbólicas II
Fondo de Cultura Económica

Páginas: 324
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En esta segunda parte de Filosofía de las formas simbólicas, Cassirer emprende la crítica de la conciencia mítica, paso esencial de lo que, en un contexto más amplio, Kant llamaba revolución copernicana. En lugar de medir el contenido, el sentido y la verdad de las formas menta-les, merced a otra pauta que reflejarían de modo mediato, hemos de descubrir en ellas el pa-trón y el criterio de su verdad, de su significación interna. En lugar de tenerlas por meras co-pias, debemos reconocer su regla espontánea de originación, una modalidad y rumbo origina-rios de plasmación que son más que un simple calco de algo que nos fuera concedido de antemano en firme figuración del ser. Considerado así, el mito con el arte, el lenguaje y aun el conocimiento se convierte en símbolo, no porque designe alguna realidad presente ofrecien-do una alegoría indicadora y explicativa, sino por su facultad de crear y desplegar de sí un mundo dotado de sentido