Luis Bacigalupo
Madagascar
El Jardín de las delicias

Páginas: 104
Formato: 13 x 21 cm.
Peso: 0.15 kgs.
ISBN: 9789874536396

Bacigalupo se ha vuelto loco por la poesía. La situación no sería tan grave si no fuera correspondido. No es la poesía, meretriz de las dicciones, locuela por cuenta propia, la que debe ser disculpada. Si lo hace, por algo será. Hay un mar que presencia, lejano y próximo a la vez, todo el tiempo, la aventura de sus idas y venidas, sus empecinamientos y disuasiones, flujo y reflujo, danza y –como quería el poeta, otro– “pacto de planetas con la aquiescencia de las anémonas”. Hay, claro, módicas lunas tibias que cambian las mareas (moon, moon, turn the tides); hay, además, pasto silencioso, hierba que crece en el medio; hay, como se dice, un mundo. Y ese mundo empieza a funcionar con lentitud y velocidad de mundo a medida que uno lee, con una veracidad tan plena que puede invadir lisa y llanamente eso que, tentados, llamamos realidad. Hay zonas, nombres, toponímicos (eso persuade a los especialistas). Son zonas geográficas –Madagascar– pero el lector las recupera como trofeos acústicos. Trofeos del mucho leer, emblemas de esos rituales, tesoros de piratería libresca. Hay una cartografía prosódica de paralelos y meridianos muy sobria, trazada con instrumentos de precisión ingenuos, de esos que solo desconciertan a los turistas literarios. “Esta roca es el Edén”, confiaba un hombre muy sabio a otro recíproco. “Naufraga aquí”. Hay –es menester– un barco. Claro que no basta. A este libro, creo, se vuelve. Es un lugar. Un lugar en el que las palabras –emancipadas de la tiranía de Humpty Dumpty– dicen lo que quieren. Dicen porque quieren. Luis Chitarroni

Madagascar

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El Jardín de las delicias

Páginas: 104
Formato: 13 x 21 cm.
Peso: 0.15 kgs.
ISBN: 9789874536396

Bacigalupo se ha vuelto loco por la poesía. La situación no sería tan grave si no fuera correspondido. No es la poesía, meretriz de las dicciones, locuela por cuenta propia, la que debe ser disculpada. Si lo hace, por algo será. Hay un mar que presencia, lejano y próximo a la vez, todo el tiempo, la aventura de sus idas y venidas, sus empecinamientos y disuasiones, flujo y reflujo, danza y –como quería el poeta, otro– “pacto de planetas con la aquiescencia de las anémonas”. Hay, claro, módicas lunas tibias que cambian las mareas (moon, moon, turn the tides); hay, además, pasto silencioso, hierba que crece en el medio; hay, como se dice, un mundo. Y ese mundo empieza a funcionar con lentitud y velocidad de mundo a medida que uno lee, con una veracidad tan plena que puede invadir lisa y llanamente eso que, tentados, llamamos realidad. Hay zonas, nombres, toponímicos (eso persuade a los especialistas). Son zonas geográficas –Madagascar– pero el lector las recupera como trofeos acústicos. Trofeos del mucho leer, emblemas de esos rituales, tesoros de piratería libresca. Hay una cartografía prosódica de paralelos y meridianos muy sobria, trazada con instrumentos de precisión ingenuos, de esos que solo desconciertan a los turistas literarios. “Esta roca es el Edén”, confiaba un hombre muy sabio a otro recíproco. “Naufraga aquí”. Hay –es menester– un barco. Claro que no basta. A este libro, creo, se vuelve. Es un lugar. Un lugar en el que las palabras –emancipadas de la tiranía de Humpty Dumpty– dicen lo que quieren. Dicen porque quieren. Luis Chitarroni