RENE CREVEL
MI CUERPO Y YO
ARENA

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9788495897978

La figura de René Crevel se inscribe en esa vasta secta de descastados que pululó más allá de la ortodoxia surrealista representada por André Breton. Acaso el surrealismo, como todos los ismos, haya sido poco menos que eso: una pulsión comunal que abrevara y afluyera dispar, en todas direcciones, hombres que son producto de una Historia y de los que la Historia proviene. René Crevel fue uno de esos espíritus inquietos que buscó, escribió y se suicidó a los 35 años. Martín Abadía RENÉ CREVEL SOBRE SÍ MISMO: Autobiografía Nace el 19 de agosto de 1900 en París, de padres parisinos, lo que da posesión a cierto aire eslavo. Liceo, Sorbona, Facultad de Derecho, Servicio Militar hasta finales de 1923, de allí la impresión de no haber vivido en serio más que pocos meses. No va ni al Tibet ni a Groenlandia, ni siquiera a América, pero los viajes que no tuvieron lugar en la superficie, trataron de hacerse en profundidad. Así puede jactarse de conocer bien ciertas calles, y sus hoteles, de día y de noche. Horror de todos los esteticismos, ya se trate de Oxford o de los pantalones largos, del remordimiento en el cine al soslayo de sus decorados, de los negros y el jazz, de los bailes de gaitas o los pianos mecánicos, etc, quisiera encontrar para las futuras novelas personajes tan desnudos, tan vivos, como los cuchillos y tenedores que figuraban ser hombres y mujeres en las historias que se contaban de niño, destinadas a permanecer inéditas. Comenzaba una investigación para su tesis de doctorado en letras sobre el Diderot novelista, cuando con Marcel Arland, Jacques Baron, Georges Limbour, Max Morise, Roger Vitrac, funda una revista, Aventure, que le vale el olvido del siglo XVII por el XX. Es entonces cuando conoce a Louis Aragon, André Breton, Paul Éluard, Philippe Soupault, Tristan Tzara, y un día, delante de un cuadro de Giorgio De Chirico, tiene al fin la visión de un mundo nuevo. Abandona el viejo granero lógico-realista, al entender que era muy vago para confinarse a una mediocridad razonadora, y que, en los verdaderos poetas, a él no le atraían ni los juegos de palabras ni las imágenes, sino su poder – muy en particular en Lautréamont y Rimbaud – liberador. Participa en las primeras experiencias de hipnotismo, de donde André Breton saca material para su Manifiesto del Surrealismo. Entonces puede constatar en sí mismo que el surrealismo era el menos literario y el más desinteresado de todos los movimientos; y convencido de que no hay vida moral posible para quien se rehúsa a reconocer la realidad de fuerzas oscuras, o no es dócil a voces subterráneas, se decide a intentar franquear de una vez por todas, a riesgo de pasar por un Don Quijote, un arribista, o un loco, tanto en sus actos como en sus escritos, las barreras que limitan y no sostienen al hombre. Su primera novela, Desvíos (1924), una obra, un retrato (exhaustivo), era un paseo preliminar donde los críticos, y en particular, Benjamin Crémieux, Edmond Jaloux, Albert Thibaudet, han reconocido actitudes, callejeos y rasgos del hombre joven actual. Mi Cuerpo y Yo (1925), novela cuyo héroe carga con todas las aventuras y donde los gestos, los personajes, no son más que pretextos, es un panorama interior. (1926) René Crevel Se sufre, y no se tiene otra expresión que la de un canto afectivo interno, y sin sílabas. Así, una página escrita con pulso abatido, sin control aparente de sus facultades domésticas, la razón, la consciencia, a las que preferimos fieras, serán pese a todo un ladrido argótico y astuto, pero nunca ese grito lo suficientemente inesperado como para abalanzarse contra el espacio. Las palabras aprendidas son agentes de una policía intelectual, una pasma cuyos efectos no podemos abolir. ¿Efectos buenos o malos? La lógica, la reflexión, existen tan solo porque no hay nada mejor. René Crevel

MI CUERPO Y YO

$33.152,00
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La figura de René Crevel se inscribe en esa vasta secta de descastados que pululó más allá de la ortodoxia surrealista representada por André Breton. Acaso el surrealismo, como todos los ismos, haya sido poco menos que eso: una pulsión comunal que abrevara y afluyera dispar, en todas direcciones, hombres que son producto de una Historia y de los que la Historia proviene. René Crevel fue uno de esos espíritus inquietos que buscó, escribió y se suicidó a los 35 años. Martín Abadía RENÉ CREVEL SOBRE SÍ MISMO: Autobiografía Nace el 19 de agosto de 1900 en París, de padres parisinos, lo que da posesión a cierto aire eslavo. Liceo, Sorbona, Facultad de Derecho, Servicio Militar hasta finales de 1923, de allí la impresión de no haber vivido en serio más que pocos meses. No va ni al Tibet ni a Groenlandia, ni siquiera a América, pero los viajes que no tuvieron lugar en la superficie, trataron de hacerse en profundidad. Así puede jactarse de conocer bien ciertas calles, y sus hoteles, de día y de noche. Horror de todos los esteticismos, ya se trate de Oxford o de los pantalones largos, del remordimiento en el cine al soslayo de sus decorados, de los negros y el jazz, de los bailes de gaitas o los pianos mecánicos, etc, quisiera encontrar para las futuras novelas personajes tan desnudos, tan vivos, como los cuchillos y tenedores que figuraban ser hombres y mujeres en las historias que se contaban de niño, destinadas a permanecer inéditas. Comenzaba una investigación para su tesis de doctorado en letras sobre el Diderot novelista, cuando con Marcel Arland, Jacques Baron, Georges Limbour, Max Morise, Roger Vitrac, funda una revista, Aventure, que le vale el olvido del siglo XVII por el XX. Es entonces cuando conoce a Louis Aragon, André Breton, Paul Éluard, Philippe Soupault, Tristan Tzara, y un día, delante de un cuadro de Giorgio De Chirico, tiene al fin la visión de un mundo nuevo. Abandona el viejo granero lógico-realista, al entender que era muy vago para confinarse a una mediocridad razonadora, y que, en los verdaderos poetas, a él no le atraían ni los juegos de palabras ni las imágenes, sino su poder – muy en particular en Lautréamont y Rimbaud – liberador. Participa en las primeras experiencias de hipnotismo, de donde André Breton saca material para su Manifiesto del Surrealismo. Entonces puede constatar en sí mismo que el surrealismo era el menos literario y el más desinteresado de todos los movimientos; y convencido de que no hay vida moral posible para quien se rehúsa a reconocer la realidad de fuerzas oscuras, o no es dócil a voces subterráneas, se decide a intentar franquear de una vez por todas, a riesgo de pasar por un Don Quijote, un arribista, o un loco, tanto en sus actos como en sus escritos, las barreras que limitan y no sostienen al hombre. Su primera novela, Desvíos (1924), una obra, un retrato (exhaustivo), era un paseo preliminar donde los críticos, y en particular, Benjamin Crémieux, Edmond Jaloux, Albert Thibaudet, han reconocido actitudes, callejeos y rasgos del hombre joven actual. Mi Cuerpo y Yo (1925), novela cuyo héroe carga con todas las aventuras y donde los gestos, los personajes, no son más que pretextos, es un panorama interior. (1926) René Crevel Se sufre, y no se tiene otra expresión que la de un canto afectivo interno, y sin sílabas. Así, una página escrita con pulso abatido, sin control aparente de sus facultades domésticas, la razón, la consciencia, a las que preferimos fieras, serán pese a todo un ladrido argótico y astuto, pero nunca ese grito lo suficientemente inesperado como para abalanzarse contra el espacio. Las palabras aprendidas son agentes de una policía intelectual, una pasma cuyos efectos no podemos abolir. ¿Efectos buenos o malos? La lógica, la reflexión, existen tan solo porque no hay nada mejor. René Crevel