ROGER LAPORTE
MORIENDO
ARENA

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9788495897398

Conducido por el apremio de una sola palabra, «proseguir», Moriendo viene a significar el punto extremo y la culminación de una búsqueda que a lo largo de más de treinta años y de nueve libros (de los cuales Moriendo es el último) le ha llevado a Roger Laporte (1925-2001) a sondear de una forma tan perentoria la condición por la que un escritor puede escribir que le ha permitido hablar de la creación de un nuevo género literario: «He querido inventar un nuevo género: lo he llamado biografía con o sin comillas. La biografía está por inventarse en literatura. Mediante la biografía he querido crear mucho más que un género, operar una silenciosa pero radical revolución, que conduciría no sólo al autor sino también al lector más allá de la literatura.» El vuelco que de aquí se deriva será el convertir el escribir en pura y simple vida. Con Moriendo, Roger Laporte escribe biografía. ¿Qué clase de apuesta se hace cuando el escritor se propone «escribir biografía»? Entiéndase: no «escribir una biografía», sino «escribir biografía», como quien escribe relatos o quien escribe poesía. ¿Se puede decir que así se sigue haciendo literatura o hay que pensar que al escribir biografía la propia literatura se enfrenta con algo que, a la vez, tanto la confirma como la sobrepasa, poniéndola tanto dentro como fuera de lo que ella hace? Moriendo es la muestra más palpable de que el escritor no ha tenido que escoger entre escribir o vivir. Y, sin embargo, al contrario de lo que pudiera parecer, Roger Laporte no ha encontrado el descanso que su elección aparentemente debería haberle proporcionado. ¿Cuál ha sido el problema? Toda la empresa se ha visto alterada por la singularidad de una lógica que ella misma no deja de imponerse: se trata de completar la tarea, es decir, de terminar, de llegar al fin, es decir, de «morir». Pero, así, vivir como morir, y por tanto, en su prosecución, «volverse loco», para no poder hacer otra cosa que, de nuevo, sólo «escribir». De ahí la pregunta que Roger Laporte apenas se siente con el derecho a hacer(se): «Escribiendo, nada más que escribiendo, ¿puedo morir con una muerte de hombre?» Ahora bien, si con Moriendo llega a su fin la larga y penosa prosecución de una empresa biográfica, sería vano identificar ese final con el punto final con el que se cerrase el relato: éste ha encerrado el fin entre sus líneas, pero en ningún caso la decisión del fin viene con el punto final (el lector atento observará que no lo hay en esta obra que se cierra con un signo de interrogación), ni, mucho menos aún, con el silencio que se abriera a continuación (puesto que ese silencio está permanentemente amenazado por la posibilidad de una respuesta, por mucho que ésta se aleje y se niegue). Moriendo pone fin a la «biografía» del autor con la simple exposición de lo que hace (Moriendo, al mismo tiempo, hace lo que dice y dice lo que hace): se-vive / se-escribe «muriendo». Por eso, nada parece más pertinente que la pregunta que el mismo autor se plantea con evidente desaliento: «¿cómo salir de aquí?» No parece posible abandonar esto: salir de Moriendo es dejar de morir, pero es a la vez dejar de vivir, abandonar la propia biografía que no era otra cosa que escribir. Todo (la búsqueda, el acecho, el camino, la espiral) gravita en torno a un solo punto, pero ese punto central, sometido a una «oscilación inmóvil», no es verdaderamente ni central, ni un punto. He escrito que ese «lugar indeciso, sin contornos, sin mediaciones, no deja de errar en torno a su propia figura», pero cuando, por impaciencia, se paraliza ese perpetuo latido, ese ritmo primero, es posible, no sin imprudencia, representarse ese lugar bajo la forma de una tumba vacía, Santo Sepulcro, que antaño habría albergado el cuerpo de Cristo. Pero la necesidad de apartar, que nunca cesa, el apartamiento iconoclasta, borra cualquier imagen, arrastra más allá de cualquier Nombre. Apenas apartamos una figura, la Figura, cuando ella surge de nuevo bajo otra forma, pero mucho más sutil. Aproximarse al punto central es aproximarse a un dolor sin medida, a un dolor que no podría ser nuestro: alguien sufre, pero ¿quién? Una persona que ya no sería una persona, que habría caído por debajo de cualquier nombre, que se habría por tanto convertido en una Cosa, es decir, en nada o, mejor dicho (si pensamos en el resto de cosa que hay en la palabra «nada»), en casi nada. Aquí es inevitable una pregunta: ¿Desde cuándo esta «persona» está absolutamente desfigurada? En la medida en que, por una parte, no se podría pensar una desfiguración sin una figura primitiva, pero, por otra parte, el desastre es inmemorial, eso ha tenido ya lugar desde siempre y se ve uno conducido a interrogarse, pero sin poder responder, sobre lo que llamaremos una (des)figuración originaria. Escribir sería dejar que, desde su extrema lejanía, viniera a nosotros algo infigurable e impresentable. Roger Laporte

MORIENDO

$23.088,00
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Conducido por el apremio de una sola palabra, «proseguir», Moriendo viene a significar el punto extremo y la culminación de una búsqueda que a lo largo de más de treinta años y de nueve libros (de los cuales Moriendo es el último) le ha llevado a Roger Laporte (1925-2001) a sondear de una forma tan perentoria la condición por la que un escritor puede escribir que le ha permitido hablar de la creación de un nuevo género literario: «He querido inventar un nuevo género: lo he llamado biografía con o sin comillas. La biografía está por inventarse en literatura. Mediante la biografía he querido crear mucho más que un género, operar una silenciosa pero radical revolución, que conduciría no sólo al autor sino también al lector más allá de la literatura.» El vuelco que de aquí se deriva será el convertir el escribir en pura y simple vida. Con Moriendo, Roger Laporte escribe biografía. ¿Qué clase de apuesta se hace cuando el escritor se propone «escribir biografía»? Entiéndase: no «escribir una biografía», sino «escribir biografía», como quien escribe relatos o quien escribe poesía. ¿Se puede decir que así se sigue haciendo literatura o hay que pensar que al escribir biografía la propia literatura se enfrenta con algo que, a la vez, tanto la confirma como la sobrepasa, poniéndola tanto dentro como fuera de lo que ella hace? Moriendo es la muestra más palpable de que el escritor no ha tenido que escoger entre escribir o vivir. Y, sin embargo, al contrario de lo que pudiera parecer, Roger Laporte no ha encontrado el descanso que su elección aparentemente debería haberle proporcionado. ¿Cuál ha sido el problema? Toda la empresa se ha visto alterada por la singularidad de una lógica que ella misma no deja de imponerse: se trata de completar la tarea, es decir, de terminar, de llegar al fin, es decir, de «morir». Pero, así, vivir como morir, y por tanto, en su prosecución, «volverse loco», para no poder hacer otra cosa que, de nuevo, sólo «escribir». De ahí la pregunta que Roger Laporte apenas se siente con el derecho a hacer(se): «Escribiendo, nada más que escribiendo, ¿puedo morir con una muerte de hombre?» Ahora bien, si con Moriendo llega a su fin la larga y penosa prosecución de una empresa biográfica, sería vano identificar ese final con el punto final con el que se cerrase el relato: éste ha encerrado el fin entre sus líneas, pero en ningún caso la decisión del fin viene con el punto final (el lector atento observará que no lo hay en esta obra que se cierra con un signo de interrogación), ni, mucho menos aún, con el silencio que se abriera a continuación (puesto que ese silencio está permanentemente amenazado por la posibilidad de una respuesta, por mucho que ésta se aleje y se niegue). Moriendo pone fin a la «biografía» del autor con la simple exposición de lo que hace (Moriendo, al mismo tiempo, hace lo que dice y dice lo que hace): se-vive / se-escribe «muriendo». Por eso, nada parece más pertinente que la pregunta que el mismo autor se plantea con evidente desaliento: «¿cómo salir de aquí?» No parece posible abandonar esto: salir de Moriendo es dejar de morir, pero es a la vez dejar de vivir, abandonar la propia biografía que no era otra cosa que escribir. Todo (la búsqueda, el acecho, el camino, la espiral) gravita en torno a un solo punto, pero ese punto central, sometido a una «oscilación inmóvil», no es verdaderamente ni central, ni un punto. He escrito que ese «lugar indeciso, sin contornos, sin mediaciones, no deja de errar en torno a su propia figura», pero cuando, por impaciencia, se paraliza ese perpetuo latido, ese ritmo primero, es posible, no sin imprudencia, representarse ese lugar bajo la forma de una tumba vacía, Santo Sepulcro, que antaño habría albergado el cuerpo de Cristo. Pero la necesidad de apartar, que nunca cesa, el apartamiento iconoclasta, borra cualquier imagen, arrastra más allá de cualquier Nombre. Apenas apartamos una figura, la Figura, cuando ella surge de nuevo bajo otra forma, pero mucho más sutil. Aproximarse al punto central es aproximarse a un dolor sin medida, a un dolor que no podría ser nuestro: alguien sufre, pero ¿quién? Una persona que ya no sería una persona, que habría caído por debajo de cualquier nombre, que se habría por tanto convertido en una Cosa, es decir, en nada o, mejor dicho (si pensamos en el resto de cosa que hay en la palabra «nada»), en casi nada. Aquí es inevitable una pregunta: ¿Desde cuándo esta «persona» está absolutamente desfigurada? En la medida en que, por una parte, no se podría pensar una desfiguración sin una figura primitiva, pero, por otra parte, el desastre es inmemorial, eso ha tenido ya lugar desde siempre y se ve uno conducido a interrogarse, pero sin poder responder, sobre lo que llamaremos una (des)figuración originaria. Escribir sería dejar que, desde su extrema lejanía, viniera a nosotros algo infigurable e impresentable. Roger Laporte