Ingmar Bergman
Niños del domingo
Fulgencio Pimentel SL

Páginas: 160
Formato:
Peso: 0.331 kgs.
ISBN: 9788417617653

Cuando Bergman mira a un niño, nunca lo hace como un padre. Lo hace desde su punto de vista como niño. Mia Hansen-Løve En esta novela, como en la película Fresas salvajes, la buena influencia de Chéjov está en todas partes, aunque lo que Bergman ha hecho es exclusivamente mérito suyo. No conozco ningún trabajo reciente al que la famosa definición de "ficción" de Chéjov se pueda aplicar con más verdad: [...] cada línea está repleta de enjundia, captura la vida misma, uno percibe, además de la vida tal y como es, la vida tal y como debería ser. John McGahern, The New York Times Elegante, honesto y emocionalmente brutal... Un tesoro perfectamente construido que se encuentra entre los mejores trabajos de la carrera de Bergman. Caryn James, The New York Times He vuelto a la trilogía [familiar] varias veces, la última hace unos pocos meses, y puedo decir sin temor a equivocarme que no he leído nada mejor, nada que se le pueda comparar, en todos estos años. Karl Ove Knausgård Obra central de su trilogía familiar y cumbre de la trayectoria de su autor, Niños de domingo es también la «novela del padre» de Bergman, tanto como Conversaciones íntimas será «la de la madre». Un fin de semana de verano y un entorno campesino, propicios a la fantasía y al nacimiento del deseo, son el marco elegido para el reencuentro con el pastor Bergman y la carismática Karin. Su hijo menor tiene ocho años y nació en el último día de la semana; es por eso que este «niño de domingo» puede ver espíritus, fantasmas y trasgos, aunque los adultos se empeñan en dictar los límites de la realidad: «No hay fantasmas, no seas bobo, ni demonios ni muertos que abran sus bocas ensangrentadas al sol». El miedo a la vejez (que siempre es escatológica) y a la muerte, el primer despertar sexual y una temprana crisis de fe asaltan al pequeño Pu, que no es otro que un jovencísimo Ingmar, aunque «cada niño en la obra de Bergman nos dice Margarethe von Trotta es él mismo». El estilo de este Bergman ya anciano es paradójicamente juvenil, se diría desaliñado, poco dado a perfilar lo ya escrito, y por eso mismo es ágil, incisivo, y vibra, cuando no aletea. Una engañosa sencillez y la sensualidad propia de la mirada infantil gobiernan el planteamiento, y un puente invisible acaba uniendo esta obra maestra con aquella otra sembrada de Fresas salvajes.

Niños del domingo

$30.200,00
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Niños del domingo
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Cuando Bergman mira a un niño, nunca lo hace como un padre. Lo hace desde su punto de vista como niño. Mia Hansen-Løve En esta novela, como en la película Fresas salvajes, la buena influencia de Chéjov está en todas partes, aunque lo que Bergman ha hecho es exclusivamente mérito suyo. No conozco ningún trabajo reciente al que la famosa definición de "ficción" de Chéjov se pueda aplicar con más verdad: [...] cada línea está repleta de enjundia, captura la vida misma, uno percibe, además de la vida tal y como es, la vida tal y como debería ser. John McGahern, The New York Times Elegante, honesto y emocionalmente brutal... Un tesoro perfectamente construido que se encuentra entre los mejores trabajos de la carrera de Bergman. Caryn James, The New York Times He vuelto a la trilogía [familiar] varias veces, la última hace unos pocos meses, y puedo decir sin temor a equivocarme que no he leído nada mejor, nada que se le pueda comparar, en todos estos años. Karl Ove Knausgård Obra central de su trilogía familiar y cumbre de la trayectoria de su autor, Niños de domingo es también la «novela del padre» de Bergman, tanto como Conversaciones íntimas será «la de la madre». Un fin de semana de verano y un entorno campesino, propicios a la fantasía y al nacimiento del deseo, son el marco elegido para el reencuentro con el pastor Bergman y la carismática Karin. Su hijo menor tiene ocho años y nació en el último día de la semana; es por eso que este «niño de domingo» puede ver espíritus, fantasmas y trasgos, aunque los adultos se empeñan en dictar los límites de la realidad: «No hay fantasmas, no seas bobo, ni demonios ni muertos que abran sus bocas ensangrentadas al sol». El miedo a la vejez (que siempre es escatológica) y a la muerte, el primer despertar sexual y una temprana crisis de fe asaltan al pequeño Pu, que no es otro que un jovencísimo Ingmar, aunque «cada niño en la obra de Bergman nos dice Margarethe von Trotta es él mismo». El estilo de este Bergman ya anciano es paradójicamente juvenil, se diría desaliñado, poco dado a perfilar lo ya escrito, y por eso mismo es ágil, incisivo, y vibra, cuando no aletea. Una engañosa sencillez y la sensualidad propia de la mirada infantil gobiernan el planteamiento, y un puente invisible acaba uniendo esta obra maestra con aquella otra sembrada de Fresas salvajes.