Santiago Loza
Noventa y nueve naturalezas muertas
Gog & Magog

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789874857071

Pero quisiera que las manchas / fueran tan sólo manchas, dice Santiago Loza en uno de sus poemas. Y aunque esté hablando de acuarelas podríamos rastrear esa premisa a lo largo de todo este libro: el tironeo entre desdibujar y bocetar un sentido. Mis colores densos / se disuelven / con el pigmento en el agua, y un rato después: al final se trata de lograr / una imagen que importe. Con tres o cuatro líneas tentativas Loza propone un conjunto completo. Con tres o cuatro imágenes precisas dibuja un núcleo emocional (y existencial). Hay un taller de pintura donde las tardes pasan, hay pedacitos de mundo como naturalezas muertas, finalmente hay paseos a la plaza, un viaje a Cuzco, unas horas en el hospital, la vuelta a casa en subte. La primera persona aparece intermitente, cambia de aspecto, de signo, se va. A veces el manchón central es el paisaje, y el paisaje es una tapa de desodorante, unas hormigas, lluvia, el cielo, los edificios, todo eso. Un ritmo lánguido pero decidido va sumando elementos y hasta despliega tramas en vaivén: microargumentos que como en Brainard, como en Schuyler hospedan, sin embargo, la vida entera. Laura Wittner

Noventa y nueve naturalezas muertas

$12.000,00
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Noventa y nueve naturalezas muertas
Gog & Magog

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Pero quisiera que las manchas / fueran tan sólo manchas, dice Santiago Loza en uno de sus poemas. Y aunque esté hablando de acuarelas podríamos rastrear esa premisa a lo largo de todo este libro: el tironeo entre desdibujar y bocetar un sentido. Mis colores densos / se disuelven / con el pigmento en el agua, y un rato después: al final se trata de lograr / una imagen que importe. Con tres o cuatro líneas tentativas Loza propone un conjunto completo. Con tres o cuatro imágenes precisas dibuja un núcleo emocional (y existencial). Hay un taller de pintura donde las tardes pasan, hay pedacitos de mundo como naturalezas muertas, finalmente hay paseos a la plaza, un viaje a Cuzco, unas horas en el hospital, la vuelta a casa en subte. La primera persona aparece intermitente, cambia de aspecto, de signo, se va. A veces el manchón central es el paisaje, y el paisaje es una tapa de desodorante, unas hormigas, lluvia, el cielo, los edificios, todo eso. Un ritmo lánguido pero decidido va sumando elementos y hasta despliega tramas en vaivén: microargumentos que como en Brainard, como en Schuyler hospedan, sin embargo, la vida entera. Laura Wittner