Daniel Freidemberg, Ezequiel Zaidenwerg, Kay Ryan
Todos tus caballos
Zindo & Gafuri

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789873760969

Prólogo Una suerte de música del pensar, o un pensar que va desplegándose como se despliegan, una tras otra, las frases musicales en la música. Un pensar sensato y muy despierto, incrédulo y atento a la posibilidad de ver de otro modo las cosas, sensible, dispuesto a sorprenderse sin alharaca ante lo que se revela, asistido por cierto humor que no se distingue de la sabiduría. Precisión en la elección de cada palabra, justeza en el ritmo. Leo a Kay Ryan y una frase de Rimbaud viene justo: “Asisto a la eclosión de mi pensamiento, lo miro, lo escucho . Y lo disfruto, además. Que leer puede ser un pensar ya lo sabemos, pero lo que en particular ofrece Ryan es, me parece, la posibilidad de ejercer el pensamiento libre y placenteramente, y también responsablemente, porque algún tipo de razón hay sosteniendo u organizando lo que ahí pasa, aunque no sea fácil decir cuál ni seguramente importe: lo que *innporta es que está, sostiene, anima, y el efecto es el del breve sacudón que despierta o desentumece en el encuentro con las cosas que se dan el derecho de exist' Es un pensar que se vive como experiencia del cuerpo esa sensación de tocar “verdades" (verdades verbales claro), si llamamos “verdadero” a algo que existe sin pedir permiso y no necesita justificarse, algo que se aparta de la previsibilidad de los discursos en los que vivimos, de su carácter tramposo, publicitario, impostor, psicópata. “El trabajo de Ryan puede no parecer difícil, pero lo es”, dice su compatriota Dana Gioia. “Desafía al lector de maneras inusuales. No es oscura, sino astuta, densa, elíptica y sugestiva. Desafía a sus lectores, no de forma maliciosa ni gratuita, sino para despertarlos de la respuesta y expectativa convencionales". Lo denso, sin embargo, no tiene por qué ser grave ni parsimonioso: aunque le gusta apretar las cosas hasta que exploten”, Ryan también advierte que hay una sensación de aire y facilidad incluso en el más pequeño de mis poemas". Extremadamente consciente de su oficio, busca “ser difícil” sin parecerlo ni, menos aun, ostentarlo, agitar las aguas de la mente a través del juego, el humor burlón, la ironía, el desplante más sugerido o tácito que provocador, el concienzudo trabajo con el ritmo y la rima, y sin nunca abandonar un tono de sensatez, una falta de soberbia o pretensión en la actitud que tal vez sea un denominador común de la mejor poesía que se está escribiendo en los Estados Unidos. “No puedo soportar un trabajo que se tome demasiado en serio, pero eso no significa que mi trabajo no sea serio”, dice Ryan, y, acerca de cierto “aspecto serpenteante" de su escritura,' entiende que “da a mis poemas una sensación de frescura.' Puedo tocar cosas que están muy calientes porque las puse a cierta distancia”. Ni el lugar de outsider en el que Kay Ryan se movió siempre con comodidad ni la condición de Poeta laureada que carga desde 2008 dicen nada de lo que a uno le ocurre en el encuentro con su poesía. La primera y más fuerte sensación que tengo es que el poema está vivo, que está ocurriendo en ese momento ante mí por su cuenta, obedeciendo a sus propias necesidades y feliz de estar concretándose. Anotaciones, trazos, como registros de las leves y fugaces pero sugerentes marcas que al tocar el alma dejan pensamientos y sensaciones, puestas en el papel o la pantalla para actuar como realidades materiales, permanentemente en movimiento. Uno ve que las palabras y las frases llegan, transcurren, siempre inesperadas, y después de unas pocas breves líneas cesan, evitando como a la peste cualquier posibilidad de redundar, explicitar o abrumar, y mientras saborea los pequeños hallazgos que van sucediéndose, algo a uno se le mueve en las fatigadas aguas del estar viviendo, algo las anima como el vientito que agita un poco las hojas en el bochorno. Nada es acostumbrado, ni siquiera -y especialmente- lo acostumbrado, todo puede ser visto de otro modo o abrir paso a lo impensado, sin sujetarse a una lógica (cada pensamiento -es decir, cada poema- crea su propia lógica, o la va encontrando al desplegarse), sin dar nada por cierto, probando posibilidades. “No sabemos cómo son las cosas y toda conclusión corre el riesgo de ser presuntuosa o pedante: mejor tomemos lo que llega a los sentidos y a la mente y prestémosle atención por lo que tiene de singular, sin tomar del todo en serio nada, y veamos qué se desata a partir de ahí: no lo dijo Kay Ryan, es lo que me parece que está diciendo en cada operación su escritura. El lector que eso nos exige o nos propone ser es un lector activo, inteligente, inquieto desconfiado de las certezas. Alguien para quien la lectura es un juego y a la vez un trabajo, del que no puede ni quiere esperar otra cosa que el muy especial placer de poder jugarlo. Daniel Freidemberg (2019)

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Prólogo Una suerte de música del pensar, o un pensar que va desplegándose como se despliegan, una tras otra, las frases musicales en la música. Un pensar sensato y muy despierto, incrédulo y atento a la posibilidad de ver de otro modo las cosas, sensible, dispuesto a sorprenderse sin alharaca ante lo que se revela, asistido por cierto humor que no se distingue de la sabiduría. Precisión en la elección de cada palabra, justeza en el ritmo. Leo a Kay Ryan y una frase de Rimbaud viene justo: “Asisto a la eclosión de mi pensamiento, lo miro, lo escucho . Y lo disfruto, además. Que leer puede ser un pensar ya lo sabemos, pero lo que en particular ofrece Ryan es, me parece, la posibilidad de ejercer el pensamiento libre y placenteramente, y también responsablemente, porque algún tipo de razón hay sosteniendo u organizando lo que ahí pasa, aunque no sea fácil decir cuál ni seguramente importe: lo que *innporta es que está, sostiene, anima, y el efecto es el del breve sacudón que despierta o desentumece en el encuentro con las cosas que se dan el derecho de exist' Es un pensar que se vive como experiencia del cuerpo esa sensación de tocar “verdades" (verdades verbales claro), si llamamos “verdadero” a algo que existe sin pedir permiso y no necesita justificarse, algo que se aparta de la previsibilidad de los discursos en los que vivimos, de su carácter tramposo, publicitario, impostor, psicópata. “El trabajo de Ryan puede no parecer difícil, pero lo es”, dice su compatriota Dana Gioia. “Desafía al lector de maneras inusuales. No es oscura, sino astuta, densa, elíptica y sugestiva. Desafía a sus lectores, no de forma maliciosa ni gratuita, sino para despertarlos de la respuesta y expectativa convencionales". Lo denso, sin embargo, no tiene por qué ser grave ni parsimonioso: aunque le gusta apretar las cosas hasta que exploten”, Ryan también advierte que hay una sensación de aire y facilidad incluso en el más pequeño de mis poemas". Extremadamente consciente de su oficio, busca “ser difícil” sin parecerlo ni, menos aun, ostentarlo, agitar las aguas de la mente a través del juego, el humor burlón, la ironía, el desplante más sugerido o tácito que provocador, el concienzudo trabajo con el ritmo y la rima, y sin nunca abandonar un tono de sensatez, una falta de soberbia o pretensión en la actitud que tal vez sea un denominador común de la mejor poesía que se está escribiendo en los Estados Unidos. “No puedo soportar un trabajo que se tome demasiado en serio, pero eso no significa que mi trabajo no sea serio”, dice Ryan, y, acerca de cierto “aspecto serpenteante" de su escritura,' entiende que “da a mis poemas una sensación de frescura.' Puedo tocar cosas que están muy calientes porque las puse a cierta distancia”. Ni el lugar de outsider en el que Kay Ryan se movió siempre con comodidad ni la condición de Poeta laureada que carga desde 2008 dicen nada de lo que a uno le ocurre en el encuentro con su poesía. La primera y más fuerte sensación que tengo es que el poema está vivo, que está ocurriendo en ese momento ante mí por su cuenta, obedeciendo a sus propias necesidades y feliz de estar concretándose. Anotaciones, trazos, como registros de las leves y fugaces pero sugerentes marcas que al tocar el alma dejan pensamientos y sensaciones, puestas en el papel o la pantalla para actuar como realidades materiales, permanentemente en movimiento. Uno ve que las palabras y las frases llegan, transcurren, siempre inesperadas, y después de unas pocas breves líneas cesan, evitando como a la peste cualquier posibilidad de redundar, explicitar o abrumar, y mientras saborea los pequeños hallazgos que van sucediéndose, algo a uno se le mueve en las fatigadas aguas del estar viviendo, algo las anima como el vientito que agita un poco las hojas en el bochorno. Nada es acostumbrado, ni siquiera -y especialmente- lo acostumbrado, todo puede ser visto de otro modo o abrir paso a lo impensado, sin sujetarse a una lógica (cada pensamiento -es decir, cada poema- crea su propia lógica, o la va encontrando al desplegarse), sin dar nada por cierto, probando posibilidades. “No sabemos cómo son las cosas y toda conclusión corre el riesgo de ser presuntuosa o pedante: mejor tomemos lo que llega a los sentidos y a la mente y prestémosle atención por lo que tiene de singular, sin tomar del todo en serio nada, y veamos qué se desata a partir de ahí: no lo dijo Kay Ryan, es lo que me parece que está diciendo en cada operación su escritura. El lector que eso nos exige o nos propone ser es un lector activo, inteligente, inquieto desconfiado de las certezas. Alguien para quien la lectura es un juego y a la vez un trabajo, del que no puede ni quiere esperar otra cosa que el muy especial placer de poder jugarlo. Daniel Freidemberg (2019)