Robert Musil, J.M. Coetzee
Tres mujeres | Uniones
El Hilo de Ariadna

Páginas: 220
Formato: 200 mm x 240 mm
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789872989613

«Todavía más que la de Proust, la sensibilidad de Robert Musil era hermafrodita. Se podía centrar en la corriente de la conciencia femenina inarticulada o subliminal, en las palabras de las mujeres cuando hablan consigo mismas, con una exactitud y una osada precisión que ningún otro escritor moderno ha alcanzado». GEORGE ST EINER Nacido en los años declinantes del imperio de los Habsburgo, Robert Musil sirvió a su Majestad Imperial y Real en una sangrienta conflagración continental y encontró la muerte durante la guerra todavía peor que siguió. Mirando hacia atrás, llamaría a la época en la que vivió «una era maldita». Para Musil, el rasgo más obstinadamente retrógrado de la cultura alemana era su tendencia a separar el intelecto del sentimiento. Le parecía que la educación de los sentidos a través del refinamiento de la vida erótica entrañaba la promesa de elevar a la gente a un plano ético más alto. Deploraba los roles rígidos, que se extendían incluso al ámbito de la intimidad sexual, confirmados en su vigencia por las costumbres burguesas tanto de hombres como de mujeres. «Como consecuencia, se han perdido y sumergido regiones enteras del alma», escribió. De la introducción de J. M. COETZEE

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$9.400,00
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El Hilo de Ariadna

Páginas: 220
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«Todavía más que la de Proust, la sensibilidad de Robert Musil era hermafrodita. Se podía centrar en la corriente de la conciencia femenina inarticulada o subliminal, en las palabras de las mujeres cuando hablan consigo mismas, con una exactitud y una osada precisión que ningún otro escritor moderno ha alcanzado». GEORGE ST EINER Nacido en los años declinantes del imperio de los Habsburgo, Robert Musil sirvió a su Majestad Imperial y Real en una sangrienta conflagración continental y encontró la muerte durante la guerra todavía peor que siguió. Mirando hacia atrás, llamaría a la época en la que vivió «una era maldita». Para Musil, el rasgo más obstinadamente retrógrado de la cultura alemana era su tendencia a separar el intelecto del sentimiento. Le parecía que la educación de los sentidos a través del refinamiento de la vida erótica entrañaba la promesa de elevar a la gente a un plano ético más alto. Deploraba los roles rígidos, que se extendían incluso al ámbito de la intimidad sexual, confirmados en su vigencia por las costumbres burguesas tanto de hombres como de mujeres. «Como consecuencia, se han perdido y sumergido regiones enteras del alma», escribió. De la introducción de J. M. COETZEE