Demetrio Urruchúa, Agustín Alzari, José Portogalo
Tumulto
Editorial Serapis

Páginas: 128
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 978-987-26984-1-6

Introducción, selección y edición de Agustín Alzari. Con el apoyo del Espacio Santafesino. Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe. ¿Qué hace tan especial a la poesía Juan L. Ortiz? ¿Qué la distingue y le otorga esa condición de futuro que parece ser su signo cierto? Cada lector asume, secretamente, sus propias respuestas. Uno de sus críticos, Carlos R. Giordano, ha dicho, en 1967: «La clave de su eficacia podría residir en la sorpresa que produce el descubrimiento (inevitable) de que esa evanescente y armoniosa poesía impresionista ha deslizado también un mensaje de lucha y esperanza». La investigación literaria que acompaña esta antología –que cruza archivos privados y públicos, y arroja el hallazgo de un cuento inédito en libro, «Martín», y otros materiales desconocidos como cartas, entrevistas, recepciones bibliográficas, etc. – echa luz sobre ese mensaje de lucha. ¿Quiénes eran esos «camaradas» a los que tanto nombra? ¿Dónde se publican sus poemas? El resultado da una imagen novedosa de Ortiz, de los alcances de su figura y de su poesía en el propio tiempo en que esta se escribía. Todo comienza en 1914, con su viaje al Buenos Aires de los anarquistas, su vuelta a Gualeguay, la publicación de sus primeros poemas en la revista Claridad, en 1930. Y continúa con el registro de los sucesos que rodearon a la sociabilidad del Partido Comunista Argentino, en la que el poeta se encontrará inmerso –con una militancia jamás desmentida– durante más de cuarenta años. Así presentada, en su rara combinación, la poesía de Juan L. Ortiz se muestra como una de las resoluciones más sutiles –y menos conocidas– que ha tenido la literatura argentina del s. XX en referencia a la siempre tensa relación entre literatura y revolución. Juan Laurentino Ortiz nació en Gualeguay, Entre Ríos, en 1896. Décimo hijo de una pareja de trabajadores rurales, su «infancia campesina» –tal como la definiría más tarde– se repartió entre Puerto Ruiz y una estancia en Mojones Norte, a unos veinte kilómetros al norte de Villaguay, en un paisaje dominado por la llamada Selva de Montiel. Más tarde, en 1910, retornó a Gualeguay. En 1914, «a caballo, a pie, a nado, en bote», llegó a Buenos Aires. Cursó libre algunas materias de Filosofía y Letras en la Universidad de La Plata. Se relacionó con algunos círculos anarquistas y publicó sus primeros poemas juveniles en La protesta, además de entrar en contacto con el universo intelectual porteño. Antes de volver a Gualeguay, viajó por todo el país e hizo una escapada a Marsella, Francia, en una balsa con hacienda. Una vez en su pueblo, comenzó a trabajar en el Registro Civil, tarea que cumpliría a lo largo de 27 años. La escritura, la lectura y una prolífica tarea de difusión cultural ocuparían el resto de su tiempo. Sus activas relaciones con los principales escritores y poetas argentinos de izquierda revirtieron el aislamiento y transformaron su ubicación geográfica en un signo positivo: sus poemas se difundían en las revistas porteñas –vinculadas sobre todo al Partido Comunista Argentino–, varias de alcance nacional, mientras transitaban por Gualeguay, en carácter de conferencistas, poetas de la talla de Raúl González Tuñón o Cesar Tiempo, entre tantos otros. Sin embargo, en 1941, Juan L. Ortiz decidió marcharse. El motivo fue, en buena medida, político. La censura y la persecución sobre los militantes comunistas terminaron por desmantelar aquella escena pueblerina tan particular de mediados de 1930. El poeta se radicó en Paraná junto a su mujer, Gerarda Irazusta y su hijo Evar. Allí lo esperaba otro ilustre comunista gualeyo, el poeta y ensayista Amaro Villanueva. Si hacia 1959, Ortiz podía afirmar que «casi todas las revistas literarias del país me han publicado poemas», otra era, ciertamente, la suerte de sus libros. A excepción de su cuarto volumen, La rama hacia el este, editado por la AIAPE en 1940, se trataba de ediciones de autor, de baja tirada y casi nula distribución. La situación comenzó a revertirse en 1970, con la edición de En el aura del sauce por parte de la Editorial Biblioteca, de Rosario. Con una tirada de 3000 ejemplares, dio a conocer su obra editada, y aquellos títulos que no habían encontrado salida hasta entonces. Entre estos, El junco y la corriente, escrito en 1957, que reflejaba en varios poemas la experiencia de su gira por la Republica Popular China y la Unión Soviética. Lamentablemente, muchos de esos ejemplares no llegarían a distribuirse. En febrero de 1977, las autoridades militares provinciales intervinieron la Biblioteca Popular C.C. Vigil, y destruyeron los materiales archivados allí. A la muerte del poeta, ocurrida en 1978, el panorama continuaba siendo incierto. Recién en 1196, con la aparición de su Obra Completa, publicada por la Universidad Nacional del Litoral bajo el cuidado de Sergio Delgado, en compañía de un grupo de críticos, historiadores de la literatura y ensayistas de primera línea, resurgió la posibilidad de un contacto entre Juan L. Ortiz y las jóvenes generaciones. Esta vez, cabe decir, no existiría interferencia alguna. Sus lectores han crecido y continúan creciendo año tras año.

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ISBN: 978-987-26984-1-6

Introducción, selección y edición de Agustín Alzari. Con el apoyo del Espacio Santafesino. Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe. ¿Qué hace tan especial a la poesía Juan L. Ortiz? ¿Qué la distingue y le otorga esa condición de futuro que parece ser su signo cierto? Cada lector asume, secretamente, sus propias respuestas. Uno de sus críticos, Carlos R. Giordano, ha dicho, en 1967: «La clave de su eficacia podría residir en la sorpresa que produce el descubrimiento (inevitable) de que esa evanescente y armoniosa poesía impresionista ha deslizado también un mensaje de lucha y esperanza». La investigación literaria que acompaña esta antología –que cruza archivos privados y públicos, y arroja el hallazgo de un cuento inédito en libro, «Martín», y otros materiales desconocidos como cartas, entrevistas, recepciones bibliográficas, etc. – echa luz sobre ese mensaje de lucha. ¿Quiénes eran esos «camaradas» a los que tanto nombra? ¿Dónde se publican sus poemas? El resultado da una imagen novedosa de Ortiz, de los alcances de su figura y de su poesía en el propio tiempo en que esta se escribía. Todo comienza en 1914, con su viaje al Buenos Aires de los anarquistas, su vuelta a Gualeguay, la publicación de sus primeros poemas en la revista Claridad, en 1930. Y continúa con el registro de los sucesos que rodearon a la sociabilidad del Partido Comunista Argentino, en la que el poeta se encontrará inmerso –con una militancia jamás desmentida– durante más de cuarenta años. Así presentada, en su rara combinación, la poesía de Juan L. Ortiz se muestra como una de las resoluciones más sutiles –y menos conocidas– que ha tenido la literatura argentina del s. XX en referencia a la siempre tensa relación entre literatura y revolución. Juan Laurentino Ortiz nació en Gualeguay, Entre Ríos, en 1896. Décimo hijo de una pareja de trabajadores rurales, su «infancia campesina» –tal como la definiría más tarde– se repartió entre Puerto Ruiz y una estancia en Mojones Norte, a unos veinte kilómetros al norte de Villaguay, en un paisaje dominado por la llamada Selva de Montiel. Más tarde, en 1910, retornó a Gualeguay. En 1914, «a caballo, a pie, a nado, en bote», llegó a Buenos Aires. Cursó libre algunas materias de Filosofía y Letras en la Universidad de La Plata. Se relacionó con algunos círculos anarquistas y publicó sus primeros poemas juveniles en La protesta, además de entrar en contacto con el universo intelectual porteño. Antes de volver a Gualeguay, viajó por todo el país e hizo una escapada a Marsella, Francia, en una balsa con hacienda. Una vez en su pueblo, comenzó a trabajar en el Registro Civil, tarea que cumpliría a lo largo de 27 años. La escritura, la lectura y una prolífica tarea de difusión cultural ocuparían el resto de su tiempo. Sus activas relaciones con los principales escritores y poetas argentinos de izquierda revirtieron el aislamiento y transformaron su ubicación geográfica en un signo positivo: sus poemas se difundían en las revistas porteñas –vinculadas sobre todo al Partido Comunista Argentino–, varias de alcance nacional, mientras transitaban por Gualeguay, en carácter de conferencistas, poetas de la talla de Raúl González Tuñón o Cesar Tiempo, entre tantos otros. Sin embargo, en 1941, Juan L. Ortiz decidió marcharse. El motivo fue, en buena medida, político. La censura y la persecución sobre los militantes comunistas terminaron por desmantelar aquella escena pueblerina tan particular de mediados de 1930. El poeta se radicó en Paraná junto a su mujer, Gerarda Irazusta y su hijo Evar. Allí lo esperaba otro ilustre comunista gualeyo, el poeta y ensayista Amaro Villanueva. Si hacia 1959, Ortiz podía afirmar que «casi todas las revistas literarias del país me han publicado poemas», otra era, ciertamente, la suerte de sus libros. A excepción de su cuarto volumen, La rama hacia el este, editado por la AIAPE en 1940, se trataba de ediciones de autor, de baja tirada y casi nula distribución. La situación comenzó a revertirse en 1970, con la edición de En el aura del sauce por parte de la Editorial Biblioteca, de Rosario. Con una tirada de 3000 ejemplares, dio a conocer su obra editada, y aquellos títulos que no habían encontrado salida hasta entonces. Entre estos, El junco y la corriente, escrito en 1957, que reflejaba en varios poemas la experiencia de su gira por la Republica Popular China y la Unión Soviética. Lamentablemente, muchos de esos ejemplares no llegarían a distribuirse. En febrero de 1977, las autoridades militares provinciales intervinieron la Biblioteca Popular C.C. Vigil, y destruyeron los materiales archivados allí. A la muerte del poeta, ocurrida en 1978, el panorama continuaba siendo incierto. Recién en 1196, con la aparición de su Obra Completa, publicada por la Universidad Nacional del Litoral bajo el cuidado de Sergio Delgado, en compañía de un grupo de críticos, historiadores de la literatura y ensayistas de primera línea, resurgió la posibilidad de un contacto entre Juan L. Ortiz y las jóvenes generaciones. Esta vez, cabe decir, no existiría interferencia alguna. Sus lectores han crecido y continúan creciendo año tras año.