Martín Kohan
Zona urbana
Eterna Cadencia Editora

Páginas: 168
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789877123104

Hay algo de equívoco en cualquier consideración que se haga sobre la cuestión de la ciudad en Benjamin, porque Benjamin no ha construido un único modo de pensar las ciudades, ni tampoco se ha ocupado de una única ciudad. Esa tendencia a la unificación implica fatalmente una simplificación del asunto. Es, por cierto, más que sabido que en la obra de Benjamin hay una ciudad que se constituye en la ciudad por excelencia para su interés en el análisis de la modernidad, y que esa ciudad es París. El gran proyecto crítico de Benjamin, el de la Obra de los Pasajes, estaba dedicado a París, tanto que, de hecho, en 1935 trocó su nombre por el de París, capital del siglo XIX. Benjamin redactó diversos textos preliminares para ese gran proyecto, que quedaría trunco: París, capital del siglo XIX (1935), El París del Segundo Imperio en Baudelaire (1938) y Sobre algunos temas en Baudelaire (1939). Pero ya entre estos tres textos, todos ellos referidos a París en términos de una vasta indagación acerca de la prehistoria de la modernidad, se verifican apreciables diferencias, ajustes metodológicos y cambios de enfoque, y sería un error pensarlos como una única formulación. Es decir que no solo no hay en Benjamin una teoría de la ciudad, sino que ni siquiera hay una única aproximación crítica a la ciudad de París. Muy a menudo, sin embargo, se han tomado determinadas nociones de estos textos de Benjamin (la de flâneur, la de fin de la experiencia, la de la ciudad como laberinto, la de shock) y se las ha extendido con toda decisión, no ya a la mirada urbana en general de Walter Benjamin, sino a la obra de cualquier otro autor donde aparezcan una gran ciudad, una multitud, un caminante (cosa que, como se comprenderá, ocurre con toda frecuencia). Los textos sobre París son, desde luego, centrales en la teorización de Walter Benjamin acerca de la ciudad; pero no son los únicos, ni son homogéneos, ni suponen una sola manera de considerar la cuestión de la ciudad. Ciertamente ajeno a esta inclinación por lo uniforme, Benjamin dispone un mapa diverso con ciudades distintas. Y él mismo proporciona las coordenadas de ese mapa. En el Diario de Moscú, con fecha de 15 de diciembre de 1926, Benjamin anota: Una zona recién se conoce cuando se la ha experimentado en lo posible en muchas dimensiones. Hay que haber ingresado a una plaza desde los cuatro puntos cardinales para poder poseerla, y haberla abandonado también en esas cuatro direcciones. De lo contrario, se le cruza a uno en el camino de la manera más inesperada tres, cuatro veces, hasta que se está preparado para tropezar con ella. Un estadio más y se la busca, se la usa como orientación. Puede decirse, entonces, que hay en Benjamin un orden espacial bien delimitado; pero ese orden espacial no se define en una sola ciudad, ni siquiera en París, sino, en todo caso, en una ciudad imaginaria e imposible que integra y contiene al menos cuatro ciudades. Susan Buck-Morss ha señalado cuáles son esas cuatro ciudades, y las ha situado sobre los cuatro puntos cardinales que Benjamin consideraba imprescindibles para poseer una plaza, para conocer una zona: En lugar de un simple camino hacia Moscú dice Buck-Morss, este orden incorpora los cuatro puntos cardinales. Hacia el oeste está París, origen de la ciudad burguesa en el sentido político-revolucionario; hacia el este, Moscú marca el final en el mismo sentido. Al sur, Nápoles ubica los orígenes mediterráneos, la infancia arropada en el mito, de la civilización occidental; al norte, Berlín representa la infancia, arropada míticamente, del propio autor. Si hay una ciudad en Benjamin, es esta ciudad múltiple e inexistente, esta zona compuesta por otras ciudades. Para poseer tal zona hay que entrar en ella, y salir de ella, por los cuatro puntos cardinales, que aquí son esas cuatro ciudades reales en las que Benjamin ha estado y ha escrito: París, Moscú, Nápoles, Berlín. Esas ciudades definen cuatro momentos históricos decisivos: dos formas de origen histórico (uno social, el de la civilización de occidente; uno personal, el del propio Benjamin) y dos formas de ruptura histórica (una revolución de la burguesía, la revolución francesa; una revolución proletaria, la revolución rusa). Esas ciudades definen además, en la escritura de Benjamin, cuatro variantes genéricas: los textos críticos (París), el diario de viaje (Moscú), la reseña de turista (Nápoles) y los textos autobiográficos (Berlín). La multiplicidad de las referencias urbanas se resuelve también, por lo tanto, en la multiplicidad de los registros del discurso y en la multiplicidad de posiciones y miradas del sujeto. Esa multiplicidad, que muchas veces deriva en contradicciones o en ambivalencias, no debe diluirse, por mucho que se hable de la ciudad en Walter Benjamin.

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Hay algo de equívoco en cualquier consideración que se haga sobre la cuestión de la ciudad en Benjamin, porque Benjamin no ha construido un único modo de pensar las ciudades, ni tampoco se ha ocupado de una única ciudad. Esa tendencia a la unificación implica fatalmente una simplificación del asunto. Es, por cierto, más que sabido que en la obra de Benjamin hay una ciudad que se constituye en la ciudad por excelencia para su interés en el análisis de la modernidad, y que esa ciudad es París. El gran proyecto crítico de Benjamin, el de la Obra de los Pasajes, estaba dedicado a París, tanto que, de hecho, en 1935 trocó su nombre por el de París, capital del siglo XIX. Benjamin redactó diversos textos preliminares para ese gran proyecto, que quedaría trunco: París, capital del siglo XIX (1935), El París del Segundo Imperio en Baudelaire (1938) y Sobre algunos temas en Baudelaire (1939). Pero ya entre estos tres textos, todos ellos referidos a París en términos de una vasta indagación acerca de la prehistoria de la modernidad, se verifican apreciables diferencias, ajustes metodológicos y cambios de enfoque, y sería un error pensarlos como una única formulación. Es decir que no solo no hay en Benjamin una teoría de la ciudad, sino que ni siquiera hay una única aproximación crítica a la ciudad de París. Muy a menudo, sin embargo, se han tomado determinadas nociones de estos textos de Benjamin (la de flâneur, la de fin de la experiencia, la de la ciudad como laberinto, la de shock) y se las ha extendido con toda decisión, no ya a la mirada urbana en general de Walter Benjamin, sino a la obra de cualquier otro autor donde aparezcan una gran ciudad, una multitud, un caminante (cosa que, como se comprenderá, ocurre con toda frecuencia). Los textos sobre París son, desde luego, centrales en la teorización de Walter Benjamin acerca de la ciudad; pero no son los únicos, ni son homogéneos, ni suponen una sola manera de considerar la cuestión de la ciudad. Ciertamente ajeno a esta inclinación por lo uniforme, Benjamin dispone un mapa diverso con ciudades distintas. Y él mismo proporciona las coordenadas de ese mapa. En el Diario de Moscú, con fecha de 15 de diciembre de 1926, Benjamin anota: Una zona recién se conoce cuando se la ha experimentado en lo posible en muchas dimensiones. Hay que haber ingresado a una plaza desde los cuatro puntos cardinales para poder poseerla, y haberla abandonado también en esas cuatro direcciones. De lo contrario, se le cruza a uno en el camino de la manera más inesperada tres, cuatro veces, hasta que se está preparado para tropezar con ella. Un estadio más y se la busca, se la usa como orientación. Puede decirse, entonces, que hay en Benjamin un orden espacial bien delimitado; pero ese orden espacial no se define en una sola ciudad, ni siquiera en París, sino, en todo caso, en una ciudad imaginaria e imposible que integra y contiene al menos cuatro ciudades. Susan Buck-Morss ha señalado cuáles son esas cuatro ciudades, y las ha situado sobre los cuatro puntos cardinales que Benjamin consideraba imprescindibles para poseer una plaza, para conocer una zona: En lugar de un simple camino hacia Moscú dice Buck-Morss, este orden incorpora los cuatro puntos cardinales. Hacia el oeste está París, origen de la ciudad burguesa en el sentido político-revolucionario; hacia el este, Moscú marca el final en el mismo sentido. Al sur, Nápoles ubica los orígenes mediterráneos, la infancia arropada en el mito, de la civilización occidental; al norte, Berlín representa la infancia, arropada míticamente, del propio autor. Si hay una ciudad en Benjamin, es esta ciudad múltiple e inexistente, esta zona compuesta por otras ciudades. Para poseer tal zona hay que entrar en ella, y salir de ella, por los cuatro puntos cardinales, que aquí son esas cuatro ciudades reales en las que Benjamin ha estado y ha escrito: París, Moscú, Nápoles, Berlín. Esas ciudades definen cuatro momentos históricos decisivos: dos formas de origen histórico (uno social, el de la civilización de occidente; uno personal, el del propio Benjamin) y dos formas de ruptura histórica (una revolución de la burguesía, la revolución francesa; una revolución proletaria, la revolución rusa). Esas ciudades definen además, en la escritura de Benjamin, cuatro variantes genéricas: los textos críticos (París), el diario de viaje (Moscú), la reseña de turista (Nápoles) y los textos autobiográficos (Berlín). La multiplicidad de las referencias urbanas se resuelve también, por lo tanto, en la multiplicidad de los registros del discurso y en la multiplicidad de posiciones y miradas del sujeto. Esa multiplicidad, que muchas veces deriva en contradicciones o en ambivalencias, no debe diluirse, por mucho que se hable de la ciudad en Walter Benjamin.