Anne Carson, Ezequiel Zaidenwerg
Charlas breves
Zindo & Gafuri

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789873760235

Introducción Temprano una mañana faltaban las palabras. Antes de eso, no existían palabras. Existían hechos, existían caras. En un buen relato, nos dice Aristóteles, todo lo que ocurre es porque algo lo empuja. Un día alguien se dio cuenta de que había estrellas pero no palabras, ¿por qué? Le pregunté a mucha gente. Creo que es una buena pregunta. Había tres mujeres agachadas en el campo. ¿De qué sirve preguntarnos? dijeron. Bueno, pronto quedó claro que sabían todo lo que se puede saber sobre los campos nevados y los brotes verdiazules y la planta que se llama “audacia”, que los poetas confunden con las violetas. Me puse a copiar todo lo que se decía. Las marcas construyen gradualmente un instante de naturaleza, sin el aburrimiento de un relato. Hago hincapié en esto. Hago cualquier cosa con tal de evitar el aburrimiento. Es la labor de una vida. Nunca se sabe lo suficiente, nunca se trabaja lo suficiente, nunca se usan los infinitivos y los participios de manera suficientemente enrarecida, nunca se abandona la conciencia con la suficiente rapidez. En 53 fascículos copié todo lo que se decía, cosas separadas por enormes distancias. Leía los fascículos todos los días a la misma hora, hasta que ayer vinieron unos hombres y se llevaron los fascículos. Los pusieron en una caja. La cerraron. Después miramos el paisaje juntos. Sus instrucciones fueron claras. Tengo que imitar un espejo como el del agua (pero el agua no es un espejo y es peligroso pensarlo así). De hecho todo el tiempo esperaba que se fueran para poder empezar a llenar las partes que me faltaban. Así que me quedé con tres fascículos (que escondí). Tengo que tener cuidado con lo que pongo por escrito, ristóteles habla de la probabilidad y la necesidad, pero de qué n/e un portento, de qué sirve un relato si no tiene dragones enenosos. Bueno, nunca se trabaja lo suficiente.

Charlas breves

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Introducción Temprano una mañana faltaban las palabras. Antes de eso, no existían palabras. Existían hechos, existían caras. En un buen relato, nos dice Aristóteles, todo lo que ocurre es porque algo lo empuja. Un día alguien se dio cuenta de que había estrellas pero no palabras, ¿por qué? Le pregunté a mucha gente. Creo que es una buena pregunta. Había tres mujeres agachadas en el campo. ¿De qué sirve preguntarnos? dijeron. Bueno, pronto quedó claro que sabían todo lo que se puede saber sobre los campos nevados y los brotes verdiazules y la planta que se llama “audacia”, que los poetas confunden con las violetas. Me puse a copiar todo lo que se decía. Las marcas construyen gradualmente un instante de naturaleza, sin el aburrimiento de un relato. Hago hincapié en esto. Hago cualquier cosa con tal de evitar el aburrimiento. Es la labor de una vida. Nunca se sabe lo suficiente, nunca se trabaja lo suficiente, nunca se usan los infinitivos y los participios de manera suficientemente enrarecida, nunca se abandona la conciencia con la suficiente rapidez. En 53 fascículos copié todo lo que se decía, cosas separadas por enormes distancias. Leía los fascículos todos los días a la misma hora, hasta que ayer vinieron unos hombres y se llevaron los fascículos. Los pusieron en una caja. La cerraron. Después miramos el paisaje juntos. Sus instrucciones fueron claras. Tengo que imitar un espejo como el del agua (pero el agua no es un espejo y es peligroso pensarlo así). De hecho todo el tiempo esperaba que se fueran para poder empezar a llenar las partes que me faltaban. Así que me quedé con tres fascículos (que escondí). Tengo que tener cuidado con lo que pongo por escrito, ristóteles habla de la probabilidad y la necesidad, pero de qué n/e un portento, de qué sirve un relato si no tiene dragones enenosos. Bueno, nunca se trabaja lo suficiente.